Elizabeth Jane Howard: Un clásico literario aún por descubrir

Hoy se celebra el centenario del nacimiento de la escritora británica, una de las grandes figuras de la literatura de la segunda mitad del siglo XX en su país natal

Elizabeth Jane Howard

Elizabeth Jane Howard / porINÉSMARTÍNRODRIGOporI.MARTÍNRODRIGO

I. MARTÍN RODRIGO

Decía John Updike (1932-2009) que la tarea del escritor es «descubrir la belleza en lo ordinario». Algo a lo que parece contestar James Salter (1925-2015) en uno de sus cuentos, de próxima aparición en España: «Aquello que es poderoso es un atisbo de una vida más real». Los dos estaban en lo cierto y, además, ambos lo consiguieron: en su obra trascendieron lo cotidiano y mostraron los misterios ocultos en la vida común y corriente. Un logro narrativo nada sencillo, sólo al alcance de unos pocos, algunos todavía muy desconocidos para el lector mayoritario, al menos en España. Es el caso de Elizabeth Jane Howard (1923-2014), que fue contemporánea de Updike y de Salter y de la que este año se celebra el centenario de su nacimiento sin las suficientes alharacas literarias.

«Downton Abbey», trasladado a la literatura

Cómo cambia el mar Traducción de Raquel García Rojas Ediciones Siruela 428 páginas / 24,95 euros / porINÉSMARTÍNRODRIGOporI.MARTÍNRODRIGO

La británica es uno de esos clásicos aún por descubrir, a los que se llega por recomendación de un amigo de cuyos gustos te fías, con criterio pero sin ínfulas ni tonterías, que te habla de ella con la ilusión de haber encontrado un placer secreto. Esa persona, en mi caso y en otros muchos, fue la editora Belén Bermejo, fallecida en junio de 2020. Lo reconocen en Siruela, la editorial que ha recuperado a Howard en nuestro país: Bermejo fue la mejor prescriptora de sus libros, sobre todo en Twitter, sí, pero también en esas conversaciones que hacen que la vida real siga siendo más vibrante que la virtual.

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Una larga mirada Traducción de Raquel García Rojas Ediciones Siruela 436 páginas / 24,95 euros / porINÉSMARTÍNRODRIGOporI.MARTÍNRODRIGO

Tras mantener una de esas charlas con ella, empecé a leer la saga de los Cazalet, compuesta por cinco novelas escritas a lo largo de más de dos décadas (entre 1990 y 2013): Los años ligeros, Tiempo de espera, Confusión, Un tiempo nuevo y Todo cambia. En ella, su autora recorre los años más convulsos de la Inglaterra del siglo pasado (de 1937 a 1950) a través de las andanzas de una adinerada familia de clase alta, y su lectura es un puro gozo. Como siempre me pasa cuando una obra me fascina, quise averiguarlo todo sobre aquella autora, sobre su vida y milagros. Y di con una figura tan mayúscula en lo personal como en lo literario.

«Downton Abbey», trasladado a la literatura

Después de Julius Traducción de Raquel García Rojas Ediciones Siruela 376 páginas / 24,95 euros / porINÉSMARTÍNRODRIGOporI.MARTÍNRODRIGO

Elementos autobiográficos

Nacida en Londres el 26 de marzo de 1923, su madre fue bailarina de los Ballets Rusos de Serguéi Diáguilev y su padre, comerciante de madera, la misma ocupación que tiene el patriarca de los Cazalet, una obra bastante más autobiográfica de lo que parece. En Elizabeth Jane Howard: A Dangerous Innocence, Artemis Cooper sostiene que las tres jóvenes protagonistas de la saga son diferentes versiones de la autora, algo que ella misma reconoció en su momento, en especial Louise. La falta de confianza marcó a la novelista desde su infancia, como confiesa en su autobiografía, Slipstream, aún inédita en España. Su primer marido (tuvo tres matrimonios), con el que se casó muy joven, a los 19 años, en busca de la seguridad que nunca tuvo en casa (mientras su madre siempre prefirió a sus dos hermanos, el afecto de su padre hacia ella devino en abuso sexual), era hijo del capitán Scott, el que exploró la Atlántida.

Con él tuvo una hija, Nicola, pero lo suyo duró poco, exactamente el tiempo que ella tardó en darse cuenta de que lo que realmente quería era ser escritora (antes, había trabajado como modelo y como actriz). En 1950 publicó su primera novela, The beautiful visit, con la que ganó el John Llewellyn Rhys Prize, y un año después logró el divorcio. De su segundo y breve matrimonio con un ejecutivo australiano poco más se puede decir, seguramente porque su tercer y último marido fue el escritor Kingsley Amis, con el que estuvo casada durante dieciocho años, entre 1965 y 1983.

Amores y novelas

Fue Howard quien lo abandonó y el escritor nunca quiso volver a verla, hasta el punto de referirse a ella en sus memorias como «mi segunda esposa», nunca por su nombre. Tuvo affaires con Arthur Koestler, Kenneth Tynan, Laurie Lee o Cecil Day-Lewis (el padre de Daniel). Por las fiestas que organizaba los fines de semana en su casa de campo pasaba todo aquel que aspiraba a ser alguien en el Londres literario de la época, del que Howard, después de años cargando con la injusta etiqueta de mujer de, ya era una figura insustituible, por derecho propio y con carácter.

Autora de casi una veintena de novelas, entre las que destacan Una larga mirada, Cómo cambia el mar (la actriz Kristin Scott Thomas se hizo hace poco con los derechos para llevarla al cine) o Después de Julius, por mencionar las publicadas en nuestro país, en 2001 la BBC adaptó la saga de los Cazalet a la televisión (en España la serie puede verse en la plataforma Filmin) y a la radio con gran éxito, y un año después su autora fue nombrada Comandante de la Orden del Imperio Británico.

Se estima que cuando Howard murió en 2014 su patrimonio ascendía a 1,3 millones de libras (casi 1,5 millones de euros), de las que no dejó ni un solo penique a su hijastro, pues consideraba que Martin Amis ya era lo suficientemente rico. Tuvo cuatro nietos y once bisnietos. «Soy mejor abuela que madre. Y no iría más allá de eso», llegó a decir en la mencionada entrevista, concedida a Sabine Durrant. Entonces, la periodista también le preguntó si le preocupaba la muerte. «Sí. Creo que la tengo miedo. Uno de los inconvenientes de no creer en el cielo o en Dios es que piensas en ti misma un poco como una semilla de diente de león, vas a la Tierra y eso será todo. A algunas personas no les importa, pero yo no quiero dejar a mis amigos. Y ya he pasado por suficiente para saber que no quiero morir de dolor. Es demasiado agotador y difícil», le contestó. Falleció en su casa de Bungay, en Suffolk, un mes después. Tenía 90 años.

Fenómeno editorial

Entre esas editoriales está la propia Siruela, que en 2017 publicó el primer libro de la pentalogía, Los años ligeros. Una recuperación que, según reconoce Guerrero, tiene una parte de su gusto personal por las novelistas inglesas del periodo de posguerra. La propuesta les llegó, como sucede tantas otras veces, a través de un agente literario. Aunque ese nombre, el de Elizabeth Jane Howard, ya había empezado a correr, como un rumor, en las ferias. «Es algo que pasa a menudo, ha pasado hace poco con Angela Carter. Nos subimos un poco a lo que luego sería un fenómeno. El principal motor es Italia, allí se han volcado los lectores, la prensa...».

Comparada con Barbara Pym, Elizabeth Bowen, Sylvia Townsend Warner, Elizabeth Taylor o Muriel Spark, Guerrero considera que Howard tienen muchas similitudes con Iris Murcoh, aunque con matices. «Ella es una delicada observadora del mundo en el que se mueve a un nivel muy íntimo, desde los núcleos familiares hasta el matrimonio como constructo social. Pero, al mismo tiempo, es capaz de combinar el cambio brutal que sufre Inglaterra desde la Segunda Guerra Mundial. Está muy atenta a eso, pasa revista a todas las clases sociales, y eso se ve muy bien en los Cazalet, donde está todo perfectamente radiografiado y en ningún momento da la sensación de que se trate de un observador externo, sí con bisturí, pero no fría en su mirada, con una enorme capacidad de empatía, sobre todo con sus personajes femeninos, que en todas sus novelas tienen un papel protagonista».

Como dice Guerrero, «afortunadamente, ahora está en boca de los lectores». Fuera de Inglaterra, su nombre ya no es la apostilla al de Kingsley Amis. «Toda esta parte de mujer muy libre, pasándose por el forro todas las convenciones sociales de su época, viviendo una vida que no se esperaba de ella… Escribe esas novelas a la vez cómodas e incómodas, no todo lo que plantea es fácil de digerir de primeras, los matrimonios son diseccionados con toda la crudeza de las relaciones de pareja, las infidelidades, el desgaste del tiempo... Es una narradora maestra». Y de nosotros depende que lo siga siendo.

El escritor Alberto Marcos, editor en Penguin Random House, es uno de esos devotos lectores que podría presidir el club de fans de Elizabeth Jane Howard en España. A ella llegó, también, «a través de esa gran prescriptora de literatura que era Belén Bermejo. Yo soy muy anglófilo en lo literario y me acerqué a ella. Me compré todos los libros de la saga de los Cazalet porque sabía que me iban a gustar, y así fue», resume. «Cuando empiezas a leerla, lo primero que piensas es que estás leyendo un folletín, y lo digo en el mejor de los sentidos posibles: muchos personajes que se cruzan, se enamoran, se desenamoran, ponen los cuernos, tienen abortos, embarazos, se relacionan (estamos hablando de una familia de clase alta inglesa) con sus empleados… Es Downton Abbey, pero trasladado a la literatura». Aunque «ese reparto coral, esa ambientación de época, esa mezcla de drama y comedia, esconde una caracterización de personajes, una exploración psicológica y la disección de una sociedad en decadencia que es tan aguda, tan fina… Es increíble». Una virtud muy propia de los autores ingleses, que «a través de historias aparentemente banales exponen los deseos de una sociedad. Es difícil encontrarte con personajes tan reales y que entiendas de manera tan directa». Desde fuera, habrá quien piense que las de Howard son «novelitas ligeras», pero nada más lejos de su realidad literaria. «Ha habido cierto esnobismo que la ha apartado de un reconocimiento que sí ha tenido, por ejemplo, Iris Murdoch. Ya sólo el concepto saga familiar tira a mucha gente para atrás. Por otro lado, esta anglofilia que tengo yo no sé si es muy compartida aquí. Hay veces que parece que necesitamos más una literatura que sea muy profunda o muy subrayable. En cambio, este tipo de autoras sin parlamentos profundos, sin ideas trascendentales, sin un estilo rebuscado, te descubre lo oculto del mundo en el que vivimos y lo hacen sin recurrir a alardes vacuos». Por eso, aunque la novelista británica «no ha sido lo suficientemente reconocida por la crítica o las voces más literarias, es cuestión de tiempo. Los clásicos como ella acaban encontrando su hueco. Son clásicos modernos».

«Downton Abbey», trasladado a la literatura

El escritor Alberto Marcos, editor en Penguin Random House, es uno de esos devotos lectores que podría presidir el club de fans de Elizabeth Jane Howard en España. A ella llegó, también, «a través de esa gran prescriptora de literatura que era Belén Bermejo. Yo soy muy anglófilo en lo literario y me acerqué a ella. Me compré todos los libros de la saga de los Cazalet porque sabía que me iban a gustar, y así fue», resume. «Cuando empiezas a leerla, lo primero que piensas es que estás leyendo un folletín, y lo digo en el mejor de los sentidos posibles: muchos personajes que se cruzan, se enamoran, se desenamoran, ponen los cuernos, tienen abortos, embarazos, se relacionan (estamos hablando de una familia de clase alta inglesa) con sus empleados… Es Downton Abbey, pero trasladado a la literatura». Aunque «ese reparto coral, esa ambientación de época, esa mezcla de drama y comedia, esconde una caracterización de personajes, una exploración psicológica y la disección de una sociedad en decadencia que es tan aguda, tan fina… Es increíble». Una virtud muy propia de los autores ingleses, que «a través de historias aparentemente banales exponen los deseos de una sociedad. Es difícil encontrarte con personajes tan reales y que entiendas de manera tan directa». Desde fuera, habrá quien piense que las de Howard son «novelitas ligeras», pero nada más lejos de su realidad literaria. «Ha habido cierto esnobismo que la ha apartado de un reconocimiento que sí ha tenido, por ejemplo, Iris Murdoch. Ya sólo el concepto saga familiar tira a mucha gente para atrás. Por otro lado, esta anglofilia que tengo yo no sé si es muy compartida aquí. Hay veces que parece que necesitamos más una literatura que sea muy profunda o muy subrayable. En cambio, este tipo de autoras sin parlamentos profundos, sin ideas trascendentales, sin un estilo rebuscado, te descubre lo oculto del mundo en el que vivimos y lo hacen sin recurrir a alardes vacuos». Por eso, aunque la novelista británica «no ha sido lo suficientemente reconocida por la crítica o las voces más literarias, es cuestión de tiempo. Los clásicos como ella acaban encontrando su hueco. Son clásicos modernos».