Victorianos en el diván

Phyllis Rose perfila sus retratos domésticos del matrimonio como contrapartida a las vidas de los grandes hombres y mujeres en una época de moral rígida

Ilustración

Ilustración / Pablo García

Luis M. Alonso

Luis M. Alonso

Vidas paralelas, de la crítica literaria, ensayista y biógrafa estadounidense Phyllis Rose (1942), se publicó por primera vez en 1983 y pronto se volvió un libro de culto. Pasado el tiempo, sus seguidores lo rebautizaron clásico. No me sorprende que ahora, con un sentido de la oportunidad por lo que sugiere, se haya reeditado. La conversación que a través de sus páginas Rose mantiene con los lectores es la de una vieja amiga dispuesta a contar el último chisme sobre la pareja de al lado. No se me entienda mal lo que quiero expresar. Otras veces, la de una consejera matrimonial que sitúa a los sujetos en el diván para someterlos a una terapia intensiva. Tengo que admitir que el libro, para mí hasta ahora desconocido, me producía cierta curiosidad por el afecto literario a los protagonistas victorianos elegidos, mucho menos era la que me suscitaba el análisis de la autora sobre la institución social y política del matrimonio. Lo le he leído de principio a fin con atención pero sin un aparente interés, lo cual resulta bastante meritorio.

El libro de Rose es terapia de pareja con ilustres victorianos Jane Welsh y Thomas Carlyle, casados, impotentes y perdurables; Effie Gray y John Ruskin, casados, no consumados y divorciados; Harriet Taylor y John Stuart Mill, casados, asexuados e intelectualmente unidos en la intimidad; Catherine Hogarth y Charles Dickens, casados, diez hijos, separados y finalmente enfrentados; y George Eliot y George Henry Lewes, solteros, devotos, hasta que la muerte nos separe. Rose recuerda cómo para muchas personas la palabra «victoriano» expresa mojigatería, represión y poco más. Pero de su relato, de las versiones distintas de las parejas condenadas a vivir juntas en un momento de la historia oscuro desde el punto de vista de la moral y las relaciones amorosas, se extrae la valiosa conclusión de que el más feliz de los matrimonios fue precisamente el que formalmente no lo llegó a ser. Es decir, el que la propia Eliot habría disfrutado en compañía de George Henry Lewes, bastante más joven que ella. Eran suficientemente feos, de edades dispares, criaron renacuajos juntos, vivían en pecado y en perfecta armonía.

Phyllis Rose  Vidas paralelas (Cinco   matrimonios victorianos)   Traducción de María Antonia de Miquel  Gatopardo   360 páginas / 22,75 euros

Phyllis Rose Vidas paralelas (Cinco matrimonios victorianos) Traducción de María Antonia de Miquel Gatopardo 360 páginas / 22,75 euros

En su novela más famosa, Middlemarch, Eliot observa la epopeya hogareña como la pérdida irremediable de la unión fetén, de lo que dan fe los matrimonios ficticios de sus propios personajes. Vidas paralelas sugiere que una de las razones de la felicidad de Eliot y Lewes fue su posición fuera de la estructura marital pesadamente cargada, con una mancha imborrable que convierte la relación personal entre un hombre y una mujer en una relación política. Así y todo, la autora elige como epígrafe las palabras de Roland Barthes de que el matrimonio procura grandes emociones colectivas, y se pregunta qué otra cosa podríamos contar si este no existiese, dado que se trata de una de las cuestiones principales que hemos elegido imponer en nuestras vidas. Con los episodios discretos e íntimos de sus personajes reales, Rose cumple con el objetivo que se ha marcado y que no es otro que crear una serie de retratos domésticos que funcionen como contrapartida del relato más conocido sobre la vida pública de los «grandes hombres». En su caso, cuatro y una «gran mujer». El título hace, además, referencia a las vidas de los nobles griegos y romanos, de Plutarco, que fue muy popular en la era victoriana y que a menudo se conoce por Vidas paralelas.

Alguien se preguntará por qué la autora elige escritores en vez de otras personalidades de la vida pública para contar la experiencia matrimonial de los hombres y las mujeres famosas de aquel tiempo rígido, en el que las uniones de las parejas tenían como destino único «hasta que la muerte nos separe». Probablemente lo hizo no por gozar de existencias más interesantes, sino por la capacidad que los literatos tenían de reportajear sus vidas, aportando material con el que trabajar. Lo mejor del libro de Rose es ver cómo algunos detalles escandalosos se convierten en la base de un cambio social real. Aunque todo esto ha evolucionado y las vidas paralelas puede que hayan pasado a ser algo pintoresco, para Rose, el matrimonio es la principal experiencia política de la edad adulta, un contrato tan íntimo con la sociedad como lo es con la pareja. Por ello, cada ámbito social establece restricciones en torno a la familia y, a menudo, al observar las relaciones individuales, vemos cómo y dónde fallaron estas y qué podría reemplazarlas. No se trata simplemente de corsés anticuados de los que hace ya mucho nos hemos librado en las sociedades más avanzadas, la prueba de ello está en la oficialización, no hace todavía tanto tiempo, de las uniones entre personas del mismo sexo.