César Vallejo, la riqueza léxica del vértigo

La editorial Lumen publica en un volumen compilatorio la poesía completa del escritor peruano, uno de los fundadores de la lírica de la modernidad

César Vallejo, la riqueza léxica del vértigo

César Vallejo, la riqueza léxica del vértigo / Carlos Ferrer

Carlos Ferrer

César Vallejo (1892-1938), el último de once hermanos, evoluciona de lecturas románticas (su tesis de 1915 se titula El romanticismo en la poesía castellana) a las modernistas, como podemos comprobar en el extenso Los heraldos negros, de herencia modernista derivada de Rubén Darío, Valdelomar y del uruguayo Julio Herrera y Reissig, aunque con irregularidades rítmicas y cierto simbolismo sombrío, una sufrida religiosidad, un torturado sentir por un pecado incierto y la nostalgia. Lumen, en edición del profesor Luis Fernando Chueca, ha reunido en único volumen la poesía completa del autor peruano, ordenada de manera cronológica, con más de una veintena de poemas juveniles no incluidos en Los heraldos negros, editados en revistas de Trujillo (Perú), así como algún que otro poema circunstancial édito.

Los 69 poemas de Los heraldos negros, elogiados por José María Eguren y los integrantes de la Bohemia de Trujillo (posteriormente Grupo Norte), están repartidos en seis secciones sin orden temático, algunos de ellos de tono parnasiano, como los de Nostalgias imperiales, tono que no tendrá continuidad. El sufrimiento como culpa, la muerte, Dios, el quebrado amor, la nostalgia del hogar y la familia como un modélico lugar de protección (Canciones del hogar), la orfandad del ser humano (Truenos) son algunos de los temas de Los heraldos negros, un libro en donde la influencia de Rubén Darío se aprecia en los poemas «Retablo» y «Deshojación sagrada», mientras que la del mencionado Herrera se nota en «Ascuas», y en el que Vallejo muestra una intensa crisis de la experiencia, una desprotección sin respuestas, una dolorosa carencia y una desazón reflejada en un angustioso aliento, como leemos en el significativo poema «Espergesia» con el que concluye el libro. «La poesía solo se justifica como una comunicación emocional auténtica y no como un artificio literario» escribe al respecto el uruguayo Juan Fló.

Entre 1918 y 1923, Vallejo reside en la criolla Lima y es un poeta que oscila entre el postmodernismo y las vanguardias, a las que accede por medio de las revistas Ultra, Cervantes y Grecia. Los setenta y siete poemas de Trilce (1922, con prólogo de su mentor Antenor Orrego), que se reedita en Madrid en 1931 con prólogo de José Bergamín, son la quiebra de toda sintaxis lógica, son riesgo, pesimismo, asociaciones lingüísticas anómalas, oscuras, abruptas, una rotura de las estructuras convencionales, disonancias, culpa, perturbación, la búsqueda del sentido auténtico de la vida, del destino desconocido, esquivar la disonancia de la armonía. En Trilce (curiosamente una palabra que no significa nada según reconoce el propio Vallejo) influye su traumática experiencia carcelaria de 112 días entre rejas (poemas «XVIII», «XLI», «L» y «LVIII» por ej.) y Vallejo se aleja de los juegos esteticistas de la vanguardia imperante (a pesar del futurismo de «XXXII»), así como del modernismo de Los heraldos negros para converger en el hermetismo, los estallidos fonéticos, el verso descoyuntado y depurado en varias ocasiones. Trilce comienza a escribirse en 1918, aunque su versión definitiva tras supresiones, correcciones estilísticas, agregaciones, reiteraciones y numerosas variantes (el más modificado quizá sea el soneto «Sombras» que da lugar a «XV») data de 1922. Vallejo responde a su desarrollo vital con una maduración creativa y consigue un lenguaje álgido de abismos, pero fascinante, de innegable riqueza hasta el punto de que emplea tanto arcaísmos como neologismos, coloquialismos andinos, invenciones sintácticas, pleonasmos, modificaciones ortográficas y el uso intensivo de guarismos. El desafío del vacío y del vértigo. Para Vallejo, lo importante en la escritura es la precisión, la eliminación de toda palabra de existencia accesoria para lograr la expresión pura, lograr «las bellezas estrictamente poéticas sin lógica ni coherencia ni razón». Una torsión de la armonía, una transgresión del lenguaje, una fractura de su arquitectura para generar un nuevo concepto, que colme las posibilidades expresivas en una confluencia límite y que exponga el sin sentido del dolor de la vida, el derrumbe de la capacidad ordenadora de la razón. La primacía del magma caótico, pero también del cuerpo porque hay una veintena de poemas con connotaciones sexuales.

En 1923, incomprendido, asfixiado por la «mentalidad enana» del ambiente literario reinante, anclado en el poeta José Santos Chocano, Vallejo cambia Lima por París, pero no mejoran sus limitaciones económicas, a pesar de la ayuda de entre otros Alfonso de Silva («Vivo a diario y con toda fraternidad con Silva, que es lo único de grande que hasta ahora he hallado en Europa. Lo demás está, sin duda, aún tras de los telones que no he forzado todavía»). En la capital parisina sufre penurias de toda índole: «con Ribeiro me veo a menudo. París es terrible. Para hacer cualquier cosa, por pequeña que fuese tanto tiempo y tanta angustia» escribe Vallejo en 1925. Entre el azar y la necesidad, entre la dificultad y la enfermedad, entre el rechazo a los ismos y el ataque al surrealismo, entre la escritura de artículos para Mundial, Variedades y El Comercio y la revisión de sus textos, Vallejo edita con Juan Larrea (1895-1980) en 1926 dos números de la revista Favorables París Poema, donde escriben Vicente Huidobro, Juan Gris, Pablo Neruda, Gerardo Diego y que incluye al final del segundo número un jocoso listado de colaboraciones rechazadas, como las de Azorín, Luis Astrana Marín, Gabriela Mistral, Ramón Pérez de Ayala y José Vasconcelos.

Su poesía póstuma, recopilada al año de su fallecimiento, ha sido editada con numerosas variantes, que difieren de una edición a otra. Poemas humanos, que recoge poemas desde 1931 en orden cronológico incluidos los Poemas en prosa, ofrece un sentimiento vivido y plantea unos interrogantes existenciales condicionados por la dolorida opresión y el sufrimiento del hombre desheredado, pero con una vía de escape abierta y mediante unas rupturas rítmicas no tan extremas, aunque persisten las imágenes insólitas y las innovaciones gráficas. «El lenguaje debe ponerse en riesgo a sí mismo si quiere lograr una honda exploración humana como la que pretenden estos poemas», afirma el responsable de la edición Luis Fernando Chueca. España, aparte de mí este caliz reúne quince poemas escritos entre 1936 y 1937 con la guerra civil española y su violencia como nexo común. En ellos, Vallejo mantiene al hombre que padece como centro de su poética, como el miliciano Pedro Rojas («III»), el yuntero y soldado Ramón Collar («VIII»), aunque con cierta esperanza en un mañana sin opresión, sin incertidumbre ni sufrimientos, en una sociedad socialista que facilite el amor universal.

Vallejo, formado en la lectura de los poetas castellanos del s. XVI y XVII, influye en poetas como Leopoldo Panero, José María Valverde, José Ángel Valente, Martínez Sarrión y Félix Grande. La actualidad y la fama de un poeta no siempre coincide con su futuro, porque el mejor antólogo es el tiempo y la fama de Vallejo todavía persiste en él. Por muchos años.