John Banville Maravilloso divertimento

Las singularidades, posible última «obra seria» de John Banville, es una novela en la que intenta condensar todos sus libros, retomando viejos temas y personajes en una historia circular y sin tiempo

John Banville  Maravilloso divertimento

John Banville Maravilloso divertimento / porJuanGaitán

Juan Gaitán

Es evidente que John Banville se divierte escribiendo, tramando historias, pero, sobre todo, a costa de los personajes que describe con mordaz ironía. Y así lo hace, vuelve a hacerlo, en la recién publicada Las singularidades (Alfaguara), una novela con la que al parecer concluye su andadura literaria (al menos la que firma como John Banville), porque el propio escritor ha asegurado que con ella da por cerrada su «obra seria» (esto no incluye las novelas de serie negra que firma con el pseudónimo de Benjamin Black).

John Banville  Maravilloso divertimento

JOHN BANVILLE Las singularidades Alfaguara Traducción de Antonia Martín Martín 320 páginas / 19,85 euros / porJuanGaitán

Las singularidades, dice Banville (y se repite en la contraportada de la novela, como si fuese -que lo es- un lema publicitario), es «como todos mis libros unidos en uno solo», acaso porque recupera y en cierto modo resume temas y personajes de sus novelas más notables.

La historia arranca con la salida de la cárcel de un tipo que regresa a la casa donde nació, pero con una identidad distinta. Es un regreso a un pasado que el autor «encarna» en ese viejo caserón donde ahora vive otra gente, la familia de un físico que revolucionó el mundo con una hipótesis (la teoría Brahma) sobre el tiempo. Y es ese, el tiempo, el verdadero protagonista de la obra. Porque al lector atento le quedará la duda de si quien ha regresado es este personaje (Freddie Montgomery/Feliz Mordaunt) o es el tiempo el que ha vuelto sobre sus pasos para reconstruir la historia o, mejor dicho, para mostrarnos otra posibilidad de la historia: «si la teoría Brahma de Adam Godley es correcta, entonces, en algún lugar de la maraña de posibilidades infinitas, la pobre criatura a quien Mordaunt mató no murió y él es un hombre inocente. La idea le produce vértigo, y no es la primera vez que la acaricia». En otro momento de la obra volverá a usar esa teoría para abolir también el concepto de identidad: «No hay certezas. Lo que creemos hoy será refutado mañana. O mejorado. Los científicos se imaginan que están tratando con hechos y desprecian a los artistas y todo lo que no se puede probar. Me da igual: la semana que viene vendrán otros científicos que refutarán esos hechos de los que se sienten tan orgullosos. Nietzsche tenía razón: no hay hechos, solo interpretaciones». De este modo, pasado y presente acaban confluyendo a través del reencuentro de unos personajes que reviven historias pasadas y no concluidas.

En Las singularidades Banville se divierte mezclando ciencia, filosofía, humor y complicadas relaciones humanas (especialmente las de las mujeres, porque los personajes femeninos de esta novela básicamente se dedican a sufrir). Y también una cierta ciencia ficción con tintes de distopía, apenas esbozada en los coches que precisan «agua salada» para circular en una sociedad que se ha visto completamente perturbada por el cambio de paradigma que estableció Godley, cuya teoría también otorga alma a todas las cosas: «un gran espíritu del mundo atraviesa las cosas, de modo que tanto las montañas como las mesas de caoba tiene un corazón que late y recuerdos que evocar».

Banville se divierte mucho en esta obra (y hace que el lector se divierta) burlándose también de sí mismo. El narrador de la historia es William Jaybey (que no es más que una autoparodia del propio autor), se considera un dios, probablemente, a juzgar por las pistas que aporta, Hermes/Mercurio: «me encanta atravesar a toda velocidad sus poderosas columnas blancas como el hielo, con el casco bien calado, las alas talares plegadas y la clámide ceñida al cuerpo, haciendo saltar chispas». Ese carácter divino (un dios un tanto gamberro, es verdad) le permite interpelar al lector, tomarle el pelo, ocultarle información o aplazarla.

John Banville vuelve a demostrarnos una vez más que cualquier historia es susceptible de ser contada siempre y cuando caiga en manos de un gran contador de historias, en cuyo caso se transformará en una gran historia. Dueño de una técnica narrativa insuperable, Banville lo consigue no solo en la novela, sino en cada capítulo, especialmente en los que dedica a presentar a los personas (los primeros), que son en sí mismos historias completas. El siguiente acierto es la interrelación de esa multiplicidad de narraciones con una principal, completamente circular, que ejerce de línea común.

El resultado final es un delicioso divertimiento, una novela que se lee con facilidad y frescura, sin ser una novela liviana, más bien al contrario. Si realmente esta es la última «obra seria» de John Banville, hemos de admitir que se despide a lo grande, como cabía esperar.

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