Leemos

Todo lo perdido

La construcción de la vida a partir del amor y de la muerte en Tokio Blues de Haruki Murakami

Murakami

Murakami / JoséJoaquínMartínezEgido

José Joaquín Martínez Egido

Yo tenía entonces treinta y siete años y me encontraba a bordo de un Boeing 747 (p.9)»; «Hace mucho tiempo […] yo vivía en una residencia de estudiantes. Tenía 18 años (p.19)». Así comienzan los dos primeros capítulos de Tokio Blues (Círculo de lectores, 2005) de Haruki Murakami. Ambas frases denotan lo tradicional de esta novela, contada en primera persona y en momentos y en lugares concretos. No obstante, una vez leído ese primer capítulo, ya estamos atrapados hasta la última página por su sensibilidad narrativa y por una literariedad enormes.

Hace ya más de 15 años que la leí por primera vez, casi el mismo tiempo que se tardó en publicar en España ya que fue escrita en 1987 cuando su autor contaba con 38 años, la misma edad que Watanabe, el protagonista de la novela, y también cercana a la mía entonces. Años después, seleccionando primeros capítulos para un taller de escritura, de nuevo me atrapó, y eso que siempre le tuve cierto respeto a su relectura por las connotaciones personales de aquellos momentos («pensé en la infinidad de cosas que había perdido en el curso de mi vida. Pensé en el tiempo perdido, en las personas que habían muerto, en las que habían abandonado, en los sentimientos que jamás volverían». p.9-10). Y ahora, por leer otra novela de Murakami, he vuelto a releerla. Y sí, «La memoria es algo extraño» (p.11), con ella vuelves a vivir tus mismas historias que, poco a poco, van pareciendo otras.

Al escuchar en el avión la canción de los Beatles, Norwegian Wood, Watanabe recuerda lo que fueron sus veinte años y su amistad con Naoko y Kizuki, una pareja de novios, hasta que el chico se suicida y quedan los dos, Naoko y él, marcados para siempre. Son vidas que, paradójicamente, se tienen que construir desde la muerte, hecho que les aportará una visión del mundo desde fuera de él. Surgirá un amor de Watanabe hacia Naoko, a la vez que, más adelante, un enamoramiento de este hacia Midori. Estos dos personajes femeninos, Naoko y Midori, están construidos perfectamente mediante antagonismos; siendo las dos excelentes mujeres, la una es todo hacia dentro y la otra hacia fuera.

Centrada a finales de los años sesenta y con las revoluciones estudiantiles de fondo, en Tokio Blues hay un intento continuo de clasificar a las personas de fuera del círculo vital de los protagonistas pues, pensando que ellos no se ajustan a los rasgos de la normalidad social, intentan caracterizar al resto. Esta es una idea de catalogación de los demás muy tradicional, pero, en este caso, no hay nada cercano al enjuiciamiento y se queda solo en lo descriptivo. Los personajes secundarios son excelentes y siempre están al servicio de la historia y de la caracterización de los personajes principales; así ocurre con los dos amigos de Watanabe en la Residencia de estudiantes y con la compañera de Naoko en el sanatorio, la cual introduce un punto de vista narrativo diferente con sus cartas, necesarias para un narrador en primera persona que siempre, en una novela de cierta extensión y con un argumento en constante desarrollo, resulta limitado.

Realmente es una novela sentimental, que no rosa, en la que hablar de sexo y practicarlo se integra en los personajes con la máxima naturalidad; y en la que los sentimientos y las acciones están siempre tamizados de un contenido existencial: «Porque la vida es como una caja de galletas» (p.328), metáfora mundialmente famosa por el personaje de Forrest Gump. Es, realmente, una novela con la muerte como telón de fondo y como elemento catalizador de las vidas de los personajes, siguiendo un verso de la canción del título: And when I awoke I was alone (Y cuando desperté, yo estaba solo).

Y ¿Por qué deberíais de leer esta novela? Porque es un clásico de finales del siglo XX y una narración extraordinaria de un autor continuamente nominado al Premio Nobel. Pero, sobre todo, porque es una novela sentimental y existencial que no te deja indiferente y que siempre la guardas en la memoria junto al recuerdo de lo perdido. Es un ejemplo de que, algunas veces, las novelas dejan de ser algo inocuo en nuestra vida y se incorporan a ella.