Conocí la existencia de la editorial Abada hace mucho tiempo a través de mi amigo Pepe Orts. Unos amigos le habían hablado del empeño de invertir unas pesetillas en el estimulante intento de abrir nuevos campos en la cultura. Junto a un reducido pero importante grupo de intelectuales, mi amigo Pepe se sumó entusiasmando al proyecto y un servidor, cada visita que hacía a su casa-jardín ilicitana de El Torrero, aprovechaba para desvalijar su cada vez más numerosa biblioteca «abadeña» de aquellos títulos que llamaban mi atención y que eran necesarios para mis trabajos universitarios. Debo apresurarme a señalar que los viajes y los viajeros, especialmente en los siglos XIX y XX, eran, especialmente los que llamaban siempre mi atención depredadora y terminaban por venirse a Alicante conmigo.

De esta forma, títulos de muy difícil localización engrosaron mi biblioteca de viajes y fueron convenientemente citados en textos sucesivos en mis trabajos sobre el tema. Conviene recordar, a vuela pluma porque el catálogo de Abada se ha ido incrementando con el devenir de los tiempos, que gracias a la generosidad de Pepe Orts para con este humilde devorador de libros viajeros (nunca mejor dicho), destacan obras importantes y no publicadas en castellano (al menos yo no las conocía) como las notas pintorescas que se le ocurrieron a Stevenson sobre su país cuando, tras su brillante descripción de Edimburgo, se sacudió el polvo de Escocia para refugiarse en Samoa, su isla del tesoro, para no volver jamás. También, los vagabundeos de Richard Halliburton por el mundo, un norteamericano que había escalado el Matterhorn, enzarzado con piratas en Macao y encarcelado en Gibraltar por tomar fotos de dónde no debía hacerlo. O los viajes al Tibet de Robert Byron, célebre autor que atravesó el Himalaya. Y lo contó.

Otras joyas de esta editorial se encuentran bajo la firma de Henry James, aquel neoyorquino inquieto que pasó la mayor parte de su vida en Europa y autor de una de las narraciones que más me impactaron en su momento, Otra vuelta de tuerca. De Henry James conozco al menos cuatro de sus relatos viajeros publicados por Abada: sus peripecias venecianas, múltiples y variopintas; las cartas que escribió desde Venecia y que se sumaban a una correspondencia viajera que cubría más de 10.000 epístolas a amigos y editores; sus vacaciones romanas, espléndido libro que recoge las experiencias que a lo largo de su larga estancia en la Ciudad Eterna atesorara James aunque nada tuviera que ver con las Vacaciones en Roma que nos dejara en la pantalla el trío formado por William Wyler, Audrey Hepburn y Gregory Peck. Y, también, el viaje que emprendió desde París hasta los Pirineos.

Tampoco podían faltar en una excelente biblioteca de viajes como la que nos ofrece esta editorial madrileña, la del rinoceronte como imagen y especializada en la poesía de Pessoa, las narraciones que nos dejara D. H. Lawrence, con su Italia a media luz, obra en la que la Abada remata las anteriores miradas del autor sobre el país transalpino y Cerdeña o sus mañanas mexicanas. Otra historia urbana es la de una ciudad apasionante, internacional y truncada, el Tánger de Mohamed Métalsi. Y, hablando de urbes, por qué no visitar el maravilloso Londres que nos dejaron al alimón Blanchard Jerrold y Gustavo Doré, dos vagabundos en busca de un entorno urbano que ya no existe y que se puede contemplar en las 180 ilustraciones que enriquecen el libro. Al igual que el paseo por Londres, ilustrado, de Charles Dickens. Para no abrumar al lector, porque la lista es importante en cantidad y calidad, no debemos olvidar algunos de los ensayos que nos dejara Virginia Woolf, la célebre intelectual del Grupo de Bloomsbury, bien reflejados en Atardecer en Sussex, libro en el que también aparecen sus dos visitas a España, la primera cuando en 1905 viajó a Sevilla y Granada, y la segunda dieciocho años después, en 1923, cuando Virginia y su esposo Leonard estuvieron en Yegen, en la Alpujarra granadina, invitados por Gerald Brenan. Viaje perfectamente recogido en alguna de las obras del autor inglés como Al sur de Granada o Memoria personal. De lo último leído gracias a Abada, el apasionante recorrido de Walter Benjamin por Moscú o su Viaje a Italia en el Pentecostés de 1912. Y hablando de Italia, el viaje de Gautier por allí en 1850, revisitando para los lectores Milán, Venecia y Florencia. Otro cosa es el relato de Ilya Ehremburg sobre su París, tan suyo, ay, como nuestro. Este verano acabé una obra excepcional hasta para los que no tenemos conocimiento alguno de arquitectura gótica aunque hayamos leído a Hans Jantzen en nuestra época universitaria, Las catedrales de Francia de Auguste Rodin, testamento artístico del escultor con un centenar de sus dibujos y su admiración por esos templos de la dulce, dicen, Francia: «Antes de abandonar este mundo, me gustaría al menos proclamar mi admiración por ellas. ¡Quiero dejar saldada mi deuda por toda la felicidad que me han proporcionado!» aseguraba un artista setentón que se veía al final de sus días.

Ahora, si me permiten, me despido (momentáneamente, claro) porque estoy terminando el apasionante Grecia y nosotros, recién salido de la imprenta en la editorial madrileña. Se trata de un largo viaje por la historia de pensamiento occidental desde la Grecia antigua hasta nuestros días. Una narración filosófica y, al mismo tiempo, un diálogo con algunos pensadores contemporáneos que han reinterpretado el legado de la Grecia clásica (Husserl, Foucault, Derrida o García Calvo, entre otros). Este viaje filosófico se despliega en seis rutas: La concepción del tiempo en la Grecia antigua; Tres conceptos de historia; Aristóteles, Hanna Arendt y la era global; Aristóteles y la economía liberal con Polanyi como lector aristoteliano; Un elogio de la condición terrestre con el hombre en la Luna y, por último, lo que no es poco, la paradoja humana y el regreso a la Tierra. Aguarda turno lo que espero sea un apasionante ejemplar sobre viajeros en la Antigüedad, que toma prestado el título de Los pasos perdidos del cubano Alejo Carpentier, viajero impenitente por La Habana, su ciudad de las columnas. Abada Editores, pues, como pretexto para hablar de este apasionante mundo de los viajes ajenos.