Leemos
Desde la terraza del Hotel Telégrafo en La Habana
La equidistancia entre el ser una persona decente y ser una persona decente en Personas decentes de Leonardo Padura

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José Joaquín Martínez Egido
¿Qué es ser una persona decente? Es el interrogante que se plantea en Personas decentes (Tusquets, 2022). Y se responde con el diccionario académico: «dignidad en los actos y en las palabras, conforme al estado o calidad de las personas» (p.236). Es con este rasero con el que los personajes de la novela podrían ser considerados personas decentes. Según Padura: «Cómo se torció o se definió la existencia de alguien que pretendió ser una persona decente» (p.400).
El lector encuentra dos tramas policiacas en capítulos alternos situadas una, a principios del siglo XX, y la otra, un siglo después. Ambas investigan diferentes asesinatos: la del s. XX, sobre la muerte de dos prostitutas; y la del s. XXI, sobre dos hombres importantes y viles. Un dos por uno muy literario.
El juego narrativo se plantea entre esas dos historias. La más actual está narrada en tercera persona, con una progresión temática acorde con el tiempo de la investigación y con las características de lo que es una novela policiaca canónica: todo se debe ir acumulando hasta alcanzar un final álgido. Tiene como protagonista a Mario Conde, personaje conocido de otras historias policiacas de Padura; ahora retirado de la policía, con 62 años y con una gran vocación de escritor. La segunda, la más antigua, es la novela que Conde escribe. En ella hay dos estadios: el primero cuenta la historia policiaca sobre el carnicero de San Isidro, asesino de prostitutas; el segundo estadio muestra la vida en La Habana, en esa Niza de América, durante los primeros años de Cuba como república, con la relación entre el teniente Arturo Saborit y Alberto Yarini, un hombre culto, rico y proxeneta. Toda esta parte se narra en primera persona por el teniente, pero cincuenta años después de que sucediera, por lo que entronca directamente con la novela histórica. Puede afirmarse que son dos historias argumentalmente independientes, pero que confluyen al final de la novela de forma magistral.
En la producción literaria de Padura se plantea, bien como tema principal, bien como marco ambiental, el contexto social y político de la Cuba en la que suceden las tramas de sus novelas. Este rasgo es muy importante también en Personas decentes, hasta el punto de ser el denominador común de las dos tramas del libro descritas. Padura lo logra con observaciones, con digresiones y con opiniones directas que recogen su visión sobre, por ejemplo, su propia nación: «El país en el cual […] las palabras habían perdido su valor, ya no servían para nada» (p.79); sobre la economía cotidiana en Cuba cuando se constata que una cerveza vale lo que un cubano gana en tres días, donde se vive en un constante «estado de delirio» (p.338); «cuando el delirio se desata, nadie sabe hasta dónde se puede llegar» (p.399). En definitiva, puede afirmarse que se plasma una posición sin creencias y sin futuro, sin faltar alusiones a otra de sus grandes novelas con la afirmación de que «todas las promesas hechas a los cubanos se hicieron polvo en el viento» (p.369). Aunque, eso sí, a pesar de esa vida tan desgraciada, siempre se sobrelleva todo mediante el empleo del humor, que se convierte en una herramienta perfecta para mostrar la ilogicidad de la realidad en la que viven, como, por ejemplo, el juego de contrarios «far west» / «far east»: «gracias a convenios socialistas fue traducida a cuatro idiomas del ‘far east’ europeo» (p.127); o, el juego semántico entre el sustantivo «fe» y un supuesto acrónimo: «Y por eso en la isla se decía que lo importante era tener FE: familiar en el extranjero» (p.337).
Y ¿Por qué deberíais de leer esta novela? Pues porque es de Leonardo Padura. Y eso sería un argumento suficiente. Si esto no convence, porque muestra esas historias tan duras contadas con un apego increíble a su ciudad mediante una prosa narrativa digna de ser enseñada como muestra de qué es contar y cómo se pueden contar todo. Yo, desde la terraza del hotel Telégrafo en el Paseo del Prado de la Habana, o desde la azotea del Gran Hotel Kempinski, como si estuviera en una película de James Bond, en mi memoria, no hago más que disfrutar con su lectura.
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