Verano sin zapatos
Vivimos con idéntica sensación de realidad en el tiempo lineal -el del segundero que nos acerca a nuestro fin- como en el tiempo cíclico de las estaciones

La playa de Levante de Benidorm en una imagen de archivo. / INFORMACIÓN
Carlos Marzal
Entre mis hipótesis más que dudosas, no es la menor la que sostiene que somos criaturas estacionales. Gente primaveral, estival, otoñal, invernal, según nuestras preferencias. Pero también lo somos por temperamento. Nuestro temperamento y nuestro gusto pueden coincidir y puede que no coincidan. Quiero decir que se puede ser estival de vocación, pero invernal de espíritu. Entusiasta de la primavera, pero con un carácter de otoño melancólico.
No sé cómo me juzgarán los demás, pero yo me observo a mí mismo como un individuo otoñoestival y viceversa: veraniotoñal. Como una mezcla de arrebato y taciturnidad, de decaimiento y euforia, imagino que como casi todo el mundo. Me llevo mejor con las temperaturas suaves, pero mi conciencia es de verano, porque el verano para mí es una actitud, una predisposición a la ociosidad productiva, que es el verdadero ámbito en el que se generan las actividades del cuerpo y de la mente.
Vivimos con idéntica sensación de realidad en el tiempo lineal -el del segundero que nos acerca a nuestro fin- como en el tiempo cíclico de las estaciones -que también nos acercan a nuestra muerte, pero con la sensación del eterno retorno de las cosas, lo que a decir verdad no representa un gran consuelo. Ahora bien, las estaciones nos sugestionan, nos inspiran, nos inducen estados de ánimo, nos determinan. Qué les voy a contar a ustedes, que son tan animales de estación como mi animalito estacional.
El verano, si no es una actitud, no es nada; si no representa una predisposición, no merece llamarse verano. Lo de viajar, la playa, la montaña, los mamotretos que se proponen leer los que no suelen leer mamotretos, los trasnoches y demás hojarasca decorativa del verano son sólo consecuencias más o menos deseadas de una actitud que podríamos denominar «de pies descalzos». Cuando nos descalzamos nos convertimos en aventureros. Veranear es quitarnos los zapatos y pisar con los pies desnudos el mundo, para que el mundo nos entre por la planta de los pies y nos acapare. Basta con ese gesto revolucionario para que la idea del tiempo se modifique. Descalzos, a pie firme, cada cual es el anarquista supremo de su propia vida. El tiempo laboral sólo puede tener efecto con calcetines y un nudo en los cordones de nuestros zapatos, el nudo gordiano que no nos atrevemos a cortar jamás.
En uno de sus poemas más famosos, «Los veranos», la voz adulta de Francisco Brines recuerda con fervorosa emoción un verano de su juventud. Los protagonistas, desnudos junto a un mar que estaba aún más desnudo, hacían «la más hermosa posesión del tiempo». Se trata de un gran verso, pero también supone una fórmula alquímica. El verano significa hacer una nueva posesión del tiempo, a través de nuestros pies desnudos.
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