A sólo unos pocos kilómetros de la gran masa industrial y el núcleo urbano de Crevillent se respira una paz propia del campo a lo largo de las diferentes partidas rurales del municipio alfombrero. Aunque en sus orígenes la actividad agrícola era uno de los principales motores del extrarradio, en la actualidad ha quedado totalmente desplazada, poco se habla de ella, y apenas hay promoción del producto local. Resisten en Crevillent muy pocas familias locales que exploten la tierra, lo que ha supuesto que grandes fincas estén abandonadas y otras se estén explotando por terratenientes de otros municipios próximos que han adquirido grandes explotaciones porque el precio de cada tahúlla, por ejemplo, llega a costar incluso la mitad que en localidades como La Murada, debido a que la explotación local se ha devaluado y están sacando rédito otros agricultores que no son locales. Éstos últimos han abandonado casi en su mayoría la tradición por diferentes causas, entre ellas la falta de relevo generacional, el alto precio del agua y los pocos incentivos que reciben.

Antonio Alfonso Rosendo tiene 65 años. Nació en la calle Sendra de Crevillent y durante toda su vida se ha dedicado a la agricultura. Su padre era hilador y su madre vendió hortalizas durante tres décadas en el Mercado Central de Elche. Siguiendo sus pasos decidió montar junto a su mujer una verdulería y cuando sus hijos llegaron a la adolescencia se afincaron en la zona Deula-Rambleta y han ampliado hasta las 80 tahúllas su parcela de trabajo. Presume de ser de los pocos que hoy cultiva hortalizas en el campo crevillentino aunque lamenta que haciendo una vista al pasado se haya perdido casi todo.

«Antiguamente había muchos olivares y huertos, estaba todo el pueblo plantado, y ahora está perdido con sosas y conejos que nos invaden», reseña el agricultor en base a las plagas que en los últimos años detectan en el campo, y que les han obligado a poner medidas como levantar vallas de un metro para evitar que ciertos animales se coman las cosechas. Otros agricultores señalan que hay parcelas abandonadas donde se debería instar su limpieza para evitar la proliferación de ciertas especies.

Rosendo achaca esta pérdida de interés en el campo a la poca promoción que se hace de la agricultura. Entiende que es un trabajo sufrido y que también por eso no hay descendencia que siga sus pasos. De cuatro hijos sólo uno trabaja con él, Antonio Iván Alfonso, de 39 años, que a los catorce se dejó los estudios para dedicarse por entero a cultivar y vender, un negocio que no les ha ido mal ya que trabajan en la provincia a través del sello El Tendre, en homenaje al mote familiar.

Falta de recursos

Los agricultores consultados por este diario aseguran que una de las complicaciones para impulsar ciertos cultivos como las hortalizas, es que se necesita mucha agua y hay una falta de riego por goteo en Crevillent, ya que sólo cuenta con este sistema la comunidad de riegos de San Isidro y el Realengo, por lo que les obliga a gastar más agua, que sale a 11,79 céntimos por metro cuadrado del Trasvase, y con ese derrame nace más maleza y se atraen a más plagas. A pesar de que ya se ha planteado en varias ocasiones instalar el riego localizado nunca se terminó dando luz verde, ya que para ejecutarlo haría falta una inversión multimillonaria (de unos dos millones de euros) por parte de los comuneros, que no pueden asumir, según indican desde la Comunidad de Riegos de Levante de Crevillent. Esta comunidad distribuye a cerca del 90% de las parcelas con agua del Trasvase y del Hondo, y entienden que este sistema tiene unos costes altos.

Los número no les salen en términos de rentabilidad ya que más del 50% del terreno al que llega la comunidad (19,6 millones de metros) no se está explotando a nivel agrícola, según las estimaciones de la entidad. A pesar de las parcelas vacías, también podría darse el fenómeno de que grandes agricultores de otras zonas de la Vega Baja, Elche o incluso de Aspe estén adquiriendo parcelas debido al bajo precio del suelo y al abandono que hay por parte de sus propietarios originarios, que venden las herencias familiares porque no quieren dedicarse al campo. En lo que va de año han comprado agua 572 comuneros, un 30% menos que hace cinco años, según las cifras que maneja Riegos de Levante que podrían variar hasta cerrar el año.

Aún y así, en el último año ha habido un repunte desde 2016 en cuanto a horas de venta de agua, por lo que se intuye que se ha producido una reparcelación y menos comuneros están explotando más tierra. Además, desde la comunidad de regantes indican que este año se han encontrado con muchos casos de grandes agricultores que se desgravan el coste del agua poniendo la titularidad de las parcelas al mismo nombre. La bajada puede deberse a que en los últimos tres años hay menos recursos hídricos a causa de la sequía, alegan.

Según José Ruiz Martínez, agricultor experto en cítricos y secretario de la comunidad de regantes, el futuro del oficio pasa por la modernización, aunque entienden que hay falta de rentabilidad en el campo y que hay que incidir en el equilibrio entre lo que percibe el agricultor y lo que recibe el consumidor después. Maria José García, una de las pocas mujeres que siguen en el campo crevillentino, y regentando además un bar en El Realengo, defiende la tierra local, «porque está mejor preparada que en otros municipios para cultivos como los cítricos», aunque critica que no se fomenta el oficio ni la postura de la mujer rural al no existir ninguna asociación agraria local, y que tampoco se incentiva a los jóvenes a reinventar el oficio y dedicarse al campo.