El Cullerot Alicantí fue un semanario dominical satírico, republicano y anticlerical que se publicó intermitentemente en nuestra ciudad entre 1884 y 1904. Según leemos en el libro La Prensa en la ciudad de Alicante durante la Restauración (1875-1898) su fundador fue José Moscat Oñate aunque bien pronto cedió la dirección a Vicent Tafalla. Muy similar al posterior El Tio Cuc, sus corrosivos artículos le valieron alguna suspensión, multas y problemas con la censura.

Una visión humorística del Alicante de 1897

Con fecha 14 de marzo de 1897 el semanario publicó un artículo a dos páginas titulado «Alicante a vista de pájaro» firmado bajo seudónimo por un tal Fray Filipo-Lipi. El misterioso redactor dejaba clara su intención de hacer un recorrido por lo menos notable que encerraba Alicante en aquellos años, empezando por sus castillos.

Una visión humorística del Alicante de 1897

Del de San Fernando nos dice que está habitado por un comisionista de apremios andaluz llamado Juan y que «desde sus torreones ya rotos y maltrechos» se distingue la moderna barriada de San Fernando, el camino que lleva al cementerio y la cantina de Luis Galdó. Del de Santa Bárbara destaca su uso como cárcel, recordando la estancia como presos del Obispo de la Seu d’Urgell, del Teniente General y Senador Luis Dabán o del guerrillero cubano José Maceo entre otros. De la Cantera destaca su refinería de Petróleo y el Chalet de Mancha que en aquel momento ya había sido embargado por el Banco Hipotecario y que se acabaría convirtiendo en Asilo de Mendigos tres años después.

A continuación el articulista entra a tratar a su manera los peores barrios de Alicante. Comienza por la zona costera conocida por «El Bavel» destacando su idoneidad para comer la mona en días de Pascua… y para dormirla después. Destaca las tabernas del Tío Farol y de Andreuet y jocosamente las llama «sucursales de Bossío y Hotel de Roma», que por aquel entonces eran los mejores establecimientos de Alicante. Entre su industria destaca la conservera del Huerto de las Palmas «célebre por el crimen conocido por el mismo nombre» y recomienda no perderse el puente del barranco de Agua Amarga.

Fray Filipo se ceba especialmente con el hoy desaparecido barrio de Las Provincias, que estuvo situado a espaldas del de San Antón. Sin duda el peor de toda la ciudad. De él destaca sus «suntuosas moradas», habitadas «por una homogeneidad de personas que hace que tome el nombre de las ‘provincias’; menos de Alicante los hay de todas partes». En el barrio afirma que «viven la mayoría de los colilleros y colilleras y todos los que por la mañana visitan las latas de basura con el fin de enterarse si es higiénico todo lo que come el vecindario». Además de los recogedores de colillas, destaca el elevado número de prostitutas que se instalaron en el barrio al abrirse la actual Avenida de la Constitución.

Tras recorrer los principales paseos de la ciudad, destaca del casco antiguo sus ermitas, los palomares de Tito el Favero y el Tio Moya, así como la casa de Juan Bautista Rocamora (alias Cagalaolla). Del barrio de pescadores del Raval Roig afirma que ha sido invadido por mujeres de Albatera, trabajadoras de las fábricas de conservas y de esparto, que se dedican a armar escándalo martirizando así a sus vecinos.

En el arrabal de San Francisco recorre los prostíbulos y tabernas instalados impunemente en la actual calle de Rafael Terol con diferentes tarifas, a escándalo por hora y con «refresco, sifón o aguardiente criminal». Critica que las autoridades piensen más en evitar la extensión de los prostíbulos por el centro que en erradicarlos del barrio. Apunta por último la instancia presentada por varios vecinos de la zona pidiendo que esa «industria» no continúe más allá de las diez de la noche «porque molesta mucho el ruido de la maquinaria a los vecinos». De la cercana Montañeta destaca irónicamente sus higiénicas viviendas y la peligrosa extracción de piedra sin cerca alguna que impida las caídas.

De las Carolinas nos recuerda el origen de su nombre y destaca la presencia de gente de mal vivir a los que llama igorrotes, que montaban escándalos en la barriada por asuntos relacionados, al parecer, con la tasa de consumos. Destaca entre su patrimonio «el Lavadero de la Calicha y el Hort de Galán (D. Rafael)».

Del moderno barrio de Benalúa nos dice que «tiene una historia que Los Diez, el Tío Polo, el Banco Hipotecario y demás accionistas sabrán contar con la gracia que el caso requiere». Al lector de la época no se le escapaban las denuncias presentadas por el contratista de las obras José Jover Polo contra Los Diez Amigos por impagos, las quejas de los accionistas y la hipoteca que pesaba sobre las viviendas del barrio por la mala gestión de la sociedad.

Termina el artículo con la entonces partida de San Blas, lugar donde aún se jugaba en 1897 a la bola y a la barra, destacando, cómo no, su cementerio «sitio donde descansa todo viajero después de su larga o corta jornada por este valle de lágrimas o alegrías».