Dicen algunos que los Simpson han predicho con años de antelación sucesos que han acabado por ocurrir tiempo después. Otros capítulos en cambio narrarían acontecimientos fácilmente extrapolables a otros lugares o situaciones. Uno de sus capítulos más memorables, «Marge contra el monorraíl», narra el interés que muestra la localidad de Springfield por instalar un moderno tren elevado a imitación del cercano municipio de North Haverbrook. Tras visitar la arruinada localidad vecina, Marge Simpson descubre las verdaderas intenciones del impulsor del monorraíl, que no son otras que largarse con todo el dinero estafado al reducir los costes de la obra sin importarle la seguridad ni la viabilidad del proyecto.

Este capítulo de los Simpson me hizo recordar un hecho que tuvo lugar en Alicante hace ahora medio siglo. Y es que en 1971 nuestra ciudad estuvo tentada de instalar un moderno teleférico a imitación del que desde 1969 recorre los cielos de Madrid.

Fue este mismo diario el que lanzó la noticia el 15 de enero de 1971. La idea no era nueva puesto que en 1969 ya se había planteado en el pleno un teleférico que uniera los dos castillos. Pero ahora la empresa madrileña Teleférico de Rosales S.A. iba más allá. Proyectaba instalar un moderno telecabina que uniría Alfonso el Sabio con el floreciente barrio de la Albufereta, pasando por lo alto del Benacantil y la Serra Grossa, en tan solo quince minutos. Además se proponía instalar un ramal que uniría la playa del Postiguet con el castillo.

La primera reunión con la prensa tuvo lugar a mediados de enero de 1971 en la planta 26 del Hotel Gran Sol. Al periodista de INFORMACIÓN Isidro Vidal le acompañaban Manuel Alonso, propietario del hotel y padrino del proyecto, Emilio José Luján, director gerente del Teleférico de Madrid, y Juan Ramón Garaigorta, del departamento de promoción de la empresa. Se habían reunido días antes con el alcalde Ramón Malluguiza que se había mostrado muy interesado en el proyecto. Los impulsores del telecabina tasaron la obra en unos 200 millones de pesetas. El teleférico se planteaba como una concesión que revertiría con el tiempo en la ciudad.

Días después, este diario desgranaba un poco más el proyecto. El 25 de enero de 1971 se realizó una visita al terreno por el que discurriría el teleférico. Luján se citó de nuevo con el periodista Vidal y le acompañaron esta vez el ingeniero de la empresa Eugenio Frías y el consejero delegado de la misma Jaime García de Vinuesa. Acompañados por el arquitecto municipal Miguel López recorrieron Alfonso el Sabio, el Benacantil, la Serra Grossa y la Albufereta entrevistándose por último con el alcalde.

En junio de 1972 el pliego de condiciones fue debatido en sendos y eternos plenos, calificados por la prensa como «un incordio». En el primero, después de una tediosa lectura, los concejales solicitaron una copia por escrito para «análisis, estudio y digestión», tal y como contó este diario. En el segundo, al faltar una de las copias, el pliego tuvo que ser leído una vez más. Tras dos horas de debate y discusión, la documentación fue devuelta para subsanar todo lo relativo a la aportación municipal en forma de concesiones, terrenos, aparcamientos, etc.

La empresa madrileña, visto que el asunto se atascaba decidió, de nuevo, recurrir a la prensa para diseccionar el proyecto. Ahora sabíamos que en los 3,6 kilómetros de recorrido, el teleférico tendría cuatro estaciones: la cabecera en el cruce de la Rambla con Alfonso el Sabio; una primera parada junto al Torreón de los Ingleses del castillo; la segunda en lo alto de la Serra Grossa donde se proyectaba una urbanización; y por último, la del final de línea en una parcela a adquirir en la Albufereta. El teleférico contaría con 130 cabinas con una capacidad máxima de 720 personas a la hora. La instalación contaría con dos motores: uno eléctrico y otro mecánico para emergencias. Entre las virtudes del proyecto se hallaba la facilidad y rapidez para acudir desde el centro a la playa de la Albufereta, evitando la peligrosa y congestionada carretera de la Cantera, la posibilidad de visualizar una panorámica de la ciudad y la costa alicantina, incluyendo la isla de Tabarca, y el consecuente impacto económico y turístico para la ciudad. Todo el coste era desglosado, quedando el proyecto reducido a 142 millones de pesetas.

Pero poco a poco la prensa dejó de informar del teleférico, el cual seguiría debatiéndose en plenos y comisiones hasta que decayó el interés.

Pero oh, sorpresa, en abril de 2015 el proyecto resurgió. Una empresa ilicitana rescataba únicamente el ramal que uniría el Postiguet con el castillo de Santa Bárbara. De nuevo la idea no prosperó. Quizás no ayudó mucho que la estación del paseo de Gómiz concebida en espiral como un caracol gigante recordara a algo más… orgánico, por decirlo finamente.

Como contó Martín Sanz en su libro La gran olvidada. Postales desde la Albufereta, el proyecto del teleférico «pasó a dormitar en el baúl alicantino de aquello que pudo ser y jamás será».