Tanto si se opta por subir por la carretera de acceso, por la calle Vázquez de Mella, como si se aventura uno a hacerlo en ascensor, que se coge por 2,70€ frente a la playa del Postiguet, la visita al Castillo de Santa Bárbara merece mucho la pena. De hecho lo recorrieron cerca de 74.000 personas el pasado mes de abril, más de la mitad procedentes del extranjero.

Con más de mil años de historia, su estratégica situación, a 167 metros de altitud sobre la mole rocosa del monte Benacantil y frente a la bahía de Alicante, le han hecho objetivo de cuantos han pretendido dominar la ciudad, así como mantener su uso militar hasta finales del siglo XIX.

Un cañón ruso comprado al zar Alejandro I. | DAVID REVENGA

Pero si hay algo por lo que sin duda es conocido el Castillo de Santa Bárbara es por su «cara del moro», un capricho de las rocas, el viento, el sol y la lluvia que dibujan el perfil de un hombre con turbante. Además, la visita permite conocer los diferentes espacios que conforman la fortaleza y su evolución a lo largo de los siglos, desde el Macho del Castillo, que albergó la alcazaba original, al Revellín del Bon Repos, última construcción realizada en el siglo XVIII por los ingleses, que lo ocuparon durante la guerra de Sucesión que les enfrentó a los franceses.

Cortinas que tapan las puertas de una iglesia de Orihuela. | DAVID REVENGA

Reformas y hallazgos

Pero más allá de lo que todo el mundo sabe, el castillo esconde una serie de anécdotas y curiosidades que se escapan al conocimiento de propios y extraños. Según recuerda el jefe de Patrimonio del Ayuntamiento de Alicante, José Manuel Pérez, el consistorio se hizo cargo del castillo en los años 30 de principios del siglo pasado, aunque fue en 1963 cuando se abrió al público tras una restauración llevada a cabo bajo la dirección de Miguel Castelló, considerado entonces todavía como el «alcaide», aunque el término resultaba ya anacrónico.

Las inscripciones que hicieron los presos encerrados en el castillo. | DAVID REVENGA

Desde el punto de vista patrimonial, es sin duda el paño de muralla que separa el Albacar Vell del Albacar d’en Mig el que más valor atesora, con cuatro torres medievales, Sant Jordi, Cerver, Colomer y Santa Caterina. Dos de ellas presentan curiosidades dignas de destacar. En el caso de Santa Caterina, en la rehabilitación que se realizó bajo la dirección de Miguel Castelló, albergó unos aseos públicos que enlucieron su interior con los habituales azulejos blancos y que escondieron la vista interior de una puerta de acceso desde el foso con un hueco entre muros que permitía su elevación. Una joya que se recuperó a raíz de la restauración que se hizo en 2010 de la mano del arquitecto Marius Bevià.

En esa misma actuación también se recuperó la que era la puerta medieval de acceso a la fortaleza y que se haya en la torre de Sant Jordi, que anteriormente se encontraba llena de escombros y suciedad. Cabe recordar que el castillo estuvo durante décadas en estado de absoluto abandono. Esta puerta medieval, coronada por un arco de gran belleza, quedó inhabilitada y cedió el acceso a la fortaleza desde la ciudad a la puerta de la Escala, que actualmente es una gran ventana al fondo de una de las salas expositivas del MUSA (Museo de la Ciudad de Alicante), la Sala Larga, y que hoy por hoy se encuentra cerrada al público por trabajos de mantenimiento en la bóveda. Se hace difícil imaginar cómo se accedía al castillo desde la ciudad por la pronunciada pendiente, aunque hay que pensar que topográficamente el Benacantil ha cambiado mucho a lo largo de los siglos y que algo debe sugerir que el nombre de la puerta fuese el de «la Escala».

Vista de la ciudad desde la puerta de la Escala. | DAVID REVENGA

El burro funcionario

Pero la que puede ser la anécdota más destacada del Castillo de Santa Bárbara se encuentra muy cerca de la citada muralla medieval, en el foso del Macho de Castillo, y es la cueva donde vivía «Manolo», el burro funcionario del Ayuntamiento de Alicante.

Sí, lo han leído bien, el Ayuntamiento de Alicante tuvo un burro funcionario. La historia es de lo más curiosa. Desde los años 60 hasta principios de los 80, en pleno siglo XX, y siendo el responsable de la fortaleza Miguel Castelló, tenían un burro de carga para llevar hasta el castillo todo tipo de materiales. La cuestión es que el animal tenía una serie de gastos de manutención, como podía ser el forraje, gastos veterinarios, de herrajes... y no se los ocurrió otra forma de justificar estos gastos que meter al pollino en nómina, de manera que cobraba todos los meses un salario municipal que administraba Castelló y con el que se hacía frente a los sus gastos.

Lo cierto es que el asno se ganaba el sueldo y hacía una importante labor portando materiales, hasta que se decidió comprar una «Dumper», una moderna máquina para subir y bajas materiales, que jubiló a Manolo.

Otra de las curiosidades que se observan si llegas hasta el final del Baluarte de la Reina, y cuando la ves te preguntas qué serán, son unos agujeros circulares en una piedra plana volada sobre la ladera del monte, y que son los restos de unas letrinas de las muchas que habría repartidas por la fortaleza y de las que harían uso tanto la tropa como la población civil, que evacuaban directamente sobre el Benacantil.

Junto a ellas, a poco que te fijes en el suelo se aprecian multitud de inscripciones hechas por presos que sufrieron encarcelamiento en el castillo. José Manuel Pérez explica que «son todas del siglo XX y fueron grabadas sobre la piedra por apresados en las revueltas obreras de principios del XX y sobre todo de la Guerra Civil. Primero se arrestaron y se encerraron a presos del bando Nacional, y después del Republicano». También se llevaron allí a prisioneros del campo de concentración de Los Almendros, que se encontraba cerca, al pie de la sierra de San Julián. La fortaleza también conserva grafitos de los siglos XVI, XVII y XVIII, sobre todo con motivos marineros, como los que hay en el Cuerpo de Guardia.

Letrinas que daban servicio a las tropas y a la población civil. | DAVID REVENGA

Aseos «reales»

Entre el Cuerpo de Guardia y el Baluarte de la Reina se encuentran los aseos públicos. No tendrían más historia si no fuese porque se realizaron ex profeso para una visita real, la de Don Juan Carlos y Doña Sofía, en 1976, en plena transición y recién inaugurada la democracia. Visitaron Alicante cuando recorrían distintas ciudades españolas estrenando la monarquía. Lo cierto es que cuentan que hicieron uso de ellos.

Cañones

Otra de las cosas que llaman la atención es saber que ninguno de los numerosos cañones que se pueden contemplar en el recorrido por el Castillo de Santa Bárbara son originales de la fortaleza, todos fueron adquiridos en distintas épocas y circunstancias para una función meramente decorativa.

Según un estudio realizado por el investigador naval Alejandro Anca Alamillo, «en el flanco norte se pueden observar tres cañones ‘bomberos’ de 68, llamados así por su capacidad para arrojar no sólo balas sólidas, sino también bombas». Especifica que pertenecieron al navío de la Armada, último de su clase, denominado «Isabel II». Fueron construidos en la fábrica de Trubia, en Asturias, en 1853. El último, que se encuentra pegado a la muralla, «es un cañón ruso de 36 libras de la escuadra que Fernando VII compró al zar Alejandro I en 1816. Sabemos que es ruso por el águila bicéfala que se observa en su parte superior. El orbe y el cetro son heráldicos tradicionales del poder soberano y la autocracia, y aparecen tres coronas que simbolizan la Trinidad cristiana».

Arco sobre la puerta medieval de la torre de Sant Jordi. | DAVID REVENGA

Patrimonio oculto

Otra de las curiosidades ocultas (nunca mejor dicho) del Castillo de Santa Bárbara son unas puertas de gran belleza que pertenecieron al órgano de la iglesia de Santa Justa y Rufina, en Orihuela.

Son dos grandes puertas de madera cuyas dimensiones son aproximadamente de cuatro por tres metros y que datan del siglo XVIII. Están policromadas sobre lienzo adherido a la madera. Representan a las Santas Justa y Rufina y eran las puertas del órgano de la iglesia. Al parecer, en el año 1968 el Ayuntamiento de Alicante las compró, ya que por lo visto el párroco de la iglesia oriolana las había eliminado en una reforma que hizo del recinto.

Permanecen tapadas por unas grandes cortinas rojas y un tapiz con el escudo de Alicante al fondo del salón Felipe II. Lo cierto es que están totalmente fuera de contexto histórico.

Actualmente, el Ayuntamiento de Alicante está en proceso de firmar un convenio con el Ayuntamiento de Orihuela de cesión temporal para que los oriolanos puedan volver a disfrutar de ellas, al menos durante un tiempo.