Tratan cuero, gruesos textiles, suelas de zapatos de diversos materiales, remiendan bolsos, cinturones e incluso diseñan y crean chalecos y atuendos de corte épico para los "guerreros" que salen vestidos en alguno de los bandos Moro y Cristiano de las fiestas patronales de La Vila. Se llaman Antonio y Juan Carlos y tienen 48 y 42 años. Llevan toda la vida entre tacones, hebillas, tiras de cuero y una amplia gama de herramientas, muchas dignas de ser expuestas en una muestra de antiguos oficios. Con ellas remiendan, arreglan, dejan lustrosos o reajustan el calzado y artículos de vestir de la gente que reside en la localidad, nada menos que 32.000 habitantes.

Aprendieron el oficio de su padre, Lázaro, y éste de Juan, un zapatero del pueblo que trabajaba en un local de la Costera la Mar, junto a un bar llamado "La Bomba". Saben que tras ellos su local, abierto por su padre en 1970 en la calle Ciudad de Valencia, casi esquina con la comercial calle Colón, cerrará. Y con él su oficio desaparecerá de la ciudad. Al menos, según dicen, como ellos lo llevan a cabo. Como mucho, según reconocen, "una marca comercial que pone franquicias por toda España podrá abrir una aquí, como la del centro comercial, enseñando a alguien a poner tapas y a tintar zapatos, pero nada más".

Atrás quedará el mimo con el que cosen los bolsos, las costuras de vaqueros, los chalecos guerreros. Se dejarán de pintar a mano y con fino pincel las estrechas cintas de sandalias, y nadie propondrá cambiar el material de la planta de éstas por cuero vuelto para que el pie no resbale en verano, como será difícil encontrar quien sea capaz de adoptar tacones que corrijan desajustes. No será tampoco un servicio barato como el que Antonio y Juan Carlos ofrecen. Sus precios son tres veces inferiores a los que se encuentran en poblaciones vecinas. Los proveedores incluso les echan la bronca "porque dicen que somos los más baratos de España, pero qué quieren, si queremos mantener vivo el oficio, no podemos cobrar diez euros por unas tapas de unos zapatos que valen seis", explican.

Todo artículo lo tratan con igual cuidado, sea plástico o cuero, para el rico o para el pobre. "Todos necesitan arreglar los zapatos y en crisis es igual, pero con calzado de menos calidad", reconocen. Su arte les viene aportando clientes de toda la vida, no sólo de la localidad. "Los extranjeros de Europa traen sacos de zapatos rotos porque aquí saben que pueden arreglarlo, y en sus países es muy caro o no hay".

De todos los "forasteros" que han pasado por su pequeño local, en el que uno no adivina cómo pueden caber tantos centenares de pares de zapatos- recuerdan a uno en especial, por lo anecdótico de su aparición. "Fue hace muchos años... paró una limusina enfrente de la puerta, salieron dos guardaespaldas y se puso uno a cada lado de la entrada. Entonces el chófer abrió la puerta y entró un jeque árabe. Necesitaba una plataforma de 11 centímetros para uno de sus pies, y aunque no teníamos maquinaria la hicimos. Al año siguiente regresó, ya con dos pares, y una bolista de la buena suerte. Venía de veraneo al hotel Montíboli". Entre los artículos más difíciles que han tenido que hacer figura, por ejemplo, las botas de operar de un cirujano del hospital de La Vila. "Es que van atadas al suelo, ¿sabe? para tener mejor pulso...".

Son artistas, aunque como le ocurría a su padre, no se consideran como tales. "Él se dedicaba a la hostelería. Aprendió a ratitos con el zapatero vilero, y compró una bancada para hacerle cosillas, pero un día casi tuvo un accidente cuando iba a trabajar en bici a Benidorm. Entonces compró este local y siguió el oficio,mientras pudo". Antonio, el mayor, pensó que no seguiría sus pasos. Estudió Contabilidad. "Al poco, vi que la única salida laboral en el pueblo era esta. Me quedé. Y me gusta mi oficio". Su hermano si tuvo claro desde joven que seguiría el negocio de su progenitor.

Ahora, ambos acaban de regresar de Isar (Burgos) y Verez-Blanco (Almería), donde han pasado con sus mujeres la única semana de vacaciones que se toman al año. Les queda por delante un verano, sin aire acondicionado, al frente de una profesión que, quizás tras ellos, sólo pueda apreciarse en ferias artesanales.