Hace ya medio siglo que la gran Cruz que contempla Benidorm desde lo alto de Sierra Helada se izó como colofón a una gran misión católica que tenía como objetivo demostrar que el alma de la villa no era tan pecadora como le daba su fama. La cruz no es la que era, como no lo es el carácter de los "peregrinos" que hoy llegan a ella. De símbolo evangelizador, como fue erigido, ha pasado a ser un monumento por el que pasan todo tipo de personas: amantes; adolescentes sedientos de alcohol; turistas de todas las nacionalidades; senderistas; allegados de quienes enamorados del lugar decidieron reposar en él eternamente convertidos en cenizas; voluntarios que limpian lo que los demás van olvidando, etc.

Sin embargo, pocos de los que llegan hasta ella saben cómo y por qué llegó la cruz a lo alto de Sierra Helada. Sólo los mayores del pueblo o sus hijos, testigos en su infancia de su ascensión, recuerdan que fue llevada a hombros como broche final a una agenda evangelizadora que tuvo lugar la última semana de diciembre de 1961.

Una misión organizada por el padre Salvador Perona, secundada por misioneros como fueron Antonio Álvarez, Gerardo Boluda y Gerardo Llopis, que fue relatada en el primer boletín municipal editado por el Ayuntamiento de Benidorm en enero de 1962. En él se destacó que la participación de los habitantes de la villa demostró que la localidad no era tan "frívola" como se la tenía. Cabe recordar que unos años antes el propio obispo de Orihuela-Alicante había amenazado al entonces alcalde, Pedro Zaragoza, con poner un cartel a la entrada de la población con una leyenda que pusiera "El Infierno", como castigo por haber logrado la autorización del gobierno franquista de permitir el uso en las playas de Benidorm del bikini, considerado entonces una prenda "pecado".

Quizá por esos antecedentes, el conocido padre Perona decidió llevar a cabo en Benidorm, la ciudad de la diversión, el ocio y el divertimento sin complejos, una "Gran Misión". El resultado no pudo ser mejor, al menos para el sector católico, que llegó a denominar la jornada de la subida de la cruz a Sierra Helada como el "Día del Perdón". Según relató el padre Bernardino Rubert Candau (popular orador, articulista y poeta de la época), con aquella misión Perona "supo poner de relieve los fondos del alma (de los benidormenses) eminentemente religiosa y espiritual".

El pueblo entero se volcó en los actos previos y en el colofón final. Según recuerda el presidente de la asociación cultural La Barqueta, Paco Rosera, todos los niños se disfrazaron para participar en las actividades, y los adultos acudieron a la procesión para llevar sobre sus hombros la cruz hasta lo alto de la montaña. Una cruz hecha con vigas de postes de la luz, que un temporal voló en 1975, obligando a colocar una nueva, fabricada con las travesaños del tren, según recuerda Rosera.

Años después, ya en plena democracia, y zanjado el debate sobre si debía quitarse o no por cuestiones ideológicas, se colocó la actual cruz, dotándola de luz para que pueda contemplarse en la noche. El lugar ya se había convertido en icono, en paraje espiritual, en enclave romántico, en parada de botellón, en destino de rutas turísticas y senderistas, e incluso, hace pocos años, en escenario de películas porno y de terror.