Hubo un tiempo en el que casi todas las familias de Benidorm tenía huerta. Bien en la zona de la Ermita, bien en Armanello, los terrenos más cotizados para los benidormenses estaban alejados de la playa. La tierra era fértil y el agua suficiente para sus cultivos, hasta el punto que durante la postguerra "cuando la cosa estaba mal aquí no faltaba nada porque se plantaban lechugas, tubérculos, y quien no tenía gallinas tenía conejos, cabras... se aprovechaba para subsistir", recuerda Quico, el fotógrafo de Benidorm que lleva medio siglo captando con su cámara la transformación de la gran urbe turística, y expropietario de una finca en Armanello.

En ella su familia celebró comuniones, fiestas y muchas reuiones entre amigos. Por Sant Antoni, junto a los demás vecinos, la familia Bayona bajaba andando hasta la Ermita de Sanz. Uno podía atravesar paseando los bancales de cítricos y huertos, cuidados con mimo, que carecían de vallas de separación. Cuando había sequía, aprovechaban los pozos que a tan solo 28 metros de profundidad daban abundante agua. También les llegaba el agua de Polop a través de las acequias para el riego. En San Juan, quemaban muñecos y hacían hogueras en algunos bancales para los rituales de esa noche mágica.

En los 70 y principios de los 80 la situación había cambiado poco. Recuerda Juan Miguel Calvo, ingeniero de Parques y Jardines de Benidorm y vecino de la zona, que la agricultura tradicional y las cenias de agua se mantenían activas, como las costumbres de los propietarios de las fincas, convertidas en su mayoría en residencias de descanso para fines de semana y meses estivales. "Defino a los vecinos como buena gente, mantenían el pulmón verde, que ya no lo es tanto, y podías estar tranquilo. Nunca cerrabas la puerta con llave, las casas estaban abiertas y los turistas venían a pasear atraídos por ese Benidorm de árboles frutales". Recupera también las escapadas de su infancia, del colegio Lope de Vega, para estar con las ovejas de Paco Solves, un pastor de Armanello.

MªCarmen Martínez, hoy concejal de Benidorm, recordaba también su infancia en Armanello, cuando iba cada día al colegio en bicicleta escoltada por un pastor alemán al que entrenó su padre y que luego regresaba a casa sin problema.

El senador Agustín Almodóbar rescataba de la memoria familiar cómo durante años el hotel Les Dunes se surtía con los cítricos de la huerta de sus abuelos. Una finca, donde años después, residiría el exalcalde y presidente de la Generalitat, además de miembro del Gobierno de España, Eduardo Zaplana.

Otras familias de Benidorm que disfrutaron del vergel y paraíso que era Armanello fueron los Llorca, los Lloret, Pérez Aznar, Balaguer, Fuster, Cabot, Martorell, Bañuls, Torrubia, Ruzafa, etc. Hasta el padre del Benidorm turístico, el alcalde ya fallecido, Don Pedro Zaragoza, tuvo en Armanello su almacén y oficina.

También se explotó a partir de los 80. Primero con el camping Don Quijote, y también con el que lleva el nombre de la partida, Armanello. Hoy el cartel del establecimiento se publicita con un "bienvenido al paraíso"... pero éste ya no existe.

Frente al cartel, una puta gruesa y con aspecto sucio suelta lo primero que le pasa por la cabeza a los turistas que pasan junto a ella por la vieja CN332. En coche, da cierto miedo atravesar los caminos que llevaban a las fincas de las familias más respetadas de Benidorm. Hoy todas están ocupadas por familias de etnia gitana e inmigrantes. Han arrasado con el lugar.

La mayoría de los frutales están secos. Las palmeras, comidas por el picudo. Las casas, con remiendos de madera para tapar las puertas y ventanas de hierro que vendieron al peso. Hasta una torre de radioaficionado de 14 metros ha desaparecido. En donde hubo huertos, la basura se amontona. Entre ella, pastan decenas de caballos. No es la única fauna del lugar. Un cerdo vietnamita inflado como un globo cruza feliz uno de los caminos desde el que se divisan las esbeltas torres y modernas siluetas del sky line de Benidorm. Al salir del coche, un fétido olor a animal muerto da náuseas. Es el Armanello del futuro, el Armanello de Ortiz.

El cambio empezó en 1989. 56 personas alegaron contra el Plan Armanello proyectado en el nuevo Plan General de ordenación Urbana que sería aprobado en el 90, y que proyectaba en el lugar amplias zonas verdes (con lago incluido), suelo terciario, y viviendas. Tras una década de desencuentros, en 2001 Benidorm adjudica a Ortiz e Hijos la urbanización del plan, con mucho menos verde y elevadas cargas urbanísticas (el Ayuntamiento pedía 10.000 pesetas por metro cuadrado). Ortiz presentaría la documentación sobre el desarrollo del plan en diciembre de aquel año, con un proyecto que aumentaba en 1.400 millones los costes de urbanización. Su presupuesto ascendía a 10.400 millones de pesetas (15,6 millones de euros).

A algunos propietarios les llegaron advertencias de que podrían incluso expropiarles porque el sector iba a desarrollarse rápidamente, y empezaron a vender. Otros lo hicieron más tarde. En 2003, por 20.000 pesetas el metro cuadrado. Además de Ortiz, en las fincas se interesaban agencias de entidades bancarias. A los dos años, la "reventa" había cuadriplicado el precio del metro cuadrado. Antiguos propietarios que aún seguían con sus casas, y la oposición, alegaron contra el plan.

Mientras los tribunales decidían su futuro, las casas se llenaron de marginados, delincuentes, drogadictos... El Ayuntamiento derribó varias entre 2007 y 2008 para echar a los más conflictivos. Las que restan están ocupadas por familias de etnia gitana que toman gratis agua y luz de conexiones públicas. Lo podrán hacer por mucho tiempo. Tras innumerables pleitos, el gobierno local ha decidido iniciar un nuevo proceso para adjudicar el sector. Es el cuento de nunca acabar de una huerta desahuciada.