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El «Oskar Schindler» de Altea

Miguel Giner, administrador de la Aduana de Les (Lérida), evitó la muerte de judíos que huían de los nazis hacia España en 1943

El «Oskar Schindler» de Altea cedida por la familia

El alteano Miguel Giner Giner fue entre 1940 y finales de 1943 el administrador de la Aduana de Les, un pequeño pueblo de los Pirineos situado en el Valle de Aran entre Viella y Francia. Allí, aislado del resto del país por la dura climatología la mayor parte del año, Miguel Giner y los vecinos de Les se convirtieron por voluntad propia en el verano de 1943 en salvadores de cuantos judíos huían de la barbarie nazi por los arriesgados y difíciles pasos de la montaña que separa España de Francia.

El arquitecto alteano Miguel del Rey, sobrino de Miguel Giner y autor de diversos libros y artículos sobre el patrimonio arquitectónico valenciano, cuenta en un post dedicado a su tío en el blog http://limaginaridaltea.blogspot.com.es que éste nació en Altea en 1900 y murió en Alicante en 1969. Su vivienda familiar estaba situada en el número 2 de la actual calle Pont de Moncau, junto a la iglesia de San Francisco, y con 25 años «aprobó las oposiciones al Cuerpo Pericial de Aduanas». Su primer destino fue la Aduana de Altea, y en 1928 se casó con Dolores Llopis Benimeli, de cuya unión nacieron Vicente (1930) e Isabel (1931), que actualmente viven en Sant Joan d'Alacant. A finales de 2012, Vicente dio a conocer la historia de su padre al periodista de investigación del periódico La Vanguardia, Eduardo Martín de Pozuelo, tras leer un reportaje suyo el 23 de septiembre en la revista Magazine (suplemento dominical de los periódicos del grupo editorial Prensa Ibérica, al que pertenece INFORMACIÓN) sobre la colaboración de Franco con los nazis en el Holocausto, y el 6 de enero de 2013 el periodista, Premio Ortega y Gasset entre otros, publicaba en la revista el reportaje «La salvación eran los Pirineos».

Miguel Giner fue trasladado a Barcelona cuando se inició la Guerra Civil. A la Ciudad Condal marchó con su mujer, dejando a sus hijos al cuidado de la familia en Altea, «para hacerse cargo del control administrativo de los almacenes en los que se guardaban los víveres que llegaban de Francia para ayudar a los ejércitos de la República», según relata Martín de Pozuelo. Cuando acabó la guerra, Miguel Giner «fue depurado por los vencedores», aunque determinaron que no había motivos para encarcelarlo y le recuperaron su condición de funcionario para destinarlo en 1940 a Les (Lérida), la última localidad española del Valle de Aran situada a 634 metros de altitud junto al río Garona. El matrimonio recogió a los niños en Altea y emprendió viaje a uno de los lugares más remotos de los Pirineos. Vicente Giner le contó al periodista de La Vanguardia que la aduana de Les también era su vivienda, rodeada de montañas y a orillas del río. «Delante de la casa había una carretera sin tránsito, y detrás, teníamos un huerto y gallinas», relata Vicente recordando que cuando llegaron había 2 policías y 14 carabineros de los que dependía el control de la frontera.

Las montañas que limitan España con Francia y Andorra eran el paso natural para quienes pretendían entrar en nuestro país. Durante la Guerra Civil y la II Guerra Mundial fueron sometidas a una vigilancia permanente. Pasar a España fue relativamente fácil durante los primeros años de la Segunda Guerra Mundial, pero tras la invasión de Francia por Alemania la situación cambió de forma radical al establecerse la Wehrmacht a lo largo de toda la frontera con España, y el Gobierno de Franco acordó devolver a los detenidos a su país de procedencia. Cruzar la frontera no estaba exento de problemas, pues a la dificultad derivada de la orografía pirenaica, había otros factores que convertían en una acción arriesgada y a menudo letal el paso de territorio francés a territorio español, desde las inclemencias meteorológicas hasta las dificultades de completar el camino o la posibilidad de una rápida detención y una posterior repatriación al país de salida.

Les era, según le contó Vicente Giner a Martín de Pozuelo, «un lugar idílico donde fuimos muy felices con una vida de pueblo, gallinas, huerto, zuecos de madera, escuela, calma, viento, bosque, río, pesca, nieve, barro, leña, hogar, bicicleta y juegos. Y donde había una relación armoniosa entre los vecinos y no se pasaba hambre». Pero esa tranquilidad se rompió a las nueve de la mañana de un día de principios de julio de 1943 cuando un grupo de entre 15 y 20 niños, mujeres y hombres cargados con maletas llegaron a pie hasta allí huyendo de la barbarie nazi y con signos de cansancio en sus rostros y cuerpos. Vicente Giner recordaba en 2012, tras romper un mutismo que afectaba dramáticamente a su familia durante 70 años, que los huidos afirmaban que eran judíos polacos y que estaban siendo perseguidos por los nazis. Ellos pensaban que estaban en un país neutral pero las órdenes de Franco eran que fueran retornados a Francia desde la frontera española.

«Mi padre, que estaba en su despacho se dirigió hacia ellos al oír sus gritos de desesperación retenidos por los carabineros. Mi madre y yo también fuimos a ver qué pasaba, pues nunca pasaba nada en Les», le contó Vicente a Magazine. Miguel Giner se enfrentaba a una situación inesperada que le marcaría profundamente en su futuro. Los polacos le suplicaban insistentemente al alteano que les dejara pasar a España como refugiados. Giner se negó, alegando que tenía órdenes estrictas de Madrid de no permitir el paso sin visado y que tenía orden de entregarlos a los alemanes, al otro lado de la frontera. Además, temía que si actuaba de otro modo, policías y carabineros se volverían en su contra, pues él tenía un pasado «rojo» y los policías, carabineros y aduanero desconfiaban entre ellos. Finalmente, se cumplió la orden de Franco, llegó un camión alemán, y unos soldados nazis obligaron a subir a los judíos. «Los niños lloraban. Las mujeres gritaban. Se habían sentido tan cerca de la libertad? Una voz en español gritó desde el vehículo: ¡Nos van a matar!», recuerda Vicente y cuenta que su padre se quedó «demudado» y que tras el suceso «ni el aduanero ni el pueblo fueron los mismos».

Entregados a la Gestapo

Días después del incidente se acercó a Les el oficial de la Wehrmacht encargado de fronteras. «A mi padre lo trataba con respeto y muy amigablemente, ya que lo consideraba un aliado español», le dijo Vicente Giner al periodista de La Vanguardia, y «en aquella visita el oficial alemán confirmó que los judíos se los entregó a las SS y a la Gestapo para que los mataran». El oficial alemán tenía como misión el control del Pirineo, y para ello sus soldados patrullaban día y noche por la montaña con perros adiestrados. Esa conversación provocó un cambio en la actitud de Miguel Giner. Decidió no acatar las órdenes de Madrid y, junto a los vecinos de Les, emprendió una tarea callada y secreta de salvación para todos los judíos que huían de los nazis. El aduanero alteano no impediría a los judíos que siguieran su camino hacia la libertad. Y acordó con los policías y los carabineros, tras ponerles al corriente de la suerte que esperaba a los judíos capturados, que no patrullaran el bosque y que si se enteraban de que por un lado de la montaña estaban pasando huidos, se dirigieran a la ladera opuesta para no tener que toparse con los refugiados. «Aquel verano fue el peor de la vida de nuestro padre», afirmaron los hermanos Giner hace dos años. «Luego la cosa mejoró con la llegada de una autorización oficial remitida desde Madrid para dejar pasar a los judíos y nuestro padre corrió a enseñársela a los carabineros y policías para que todos supieran que no había que entregar los judíos a los alemanes».

Por la acción de Miguel Giner se evitaron nuevas detenciones de judíos y su consiguiente entrega a los nazis, mientras que el pueblo de Les, en una confabulación espontánea benefactora, dio cobijo a un número indeterminado de fugitivos a los que salvó la vida. No se sabe la cifra exacta de a cuántos judíos salvaron, pero evitaron que cientos de personas cayeran en las garras nazis que estaban aplicando la «solución final». Estos hechos, según afirmó esta semana Miguel del Rey, «han sido estudiados y verificados por instituciones como la Fundación Internacional Raoul Wallenberg que trabajan sobre la Memoria Histórica del Holocausto», en Israel tienen conocimiento de ello y ya se está preparando un homenaje póstumo al «ángel de los Pirineos», como llaman a Giner que, al acabar el verano del 43, fue trasladado a Irún. Tras su jubilación se marchó a Alicante, donde murió en 1969 con el dolor interno de la muerte de los judíos polacos que entregó a los alemanes acatando las órdenes de Franco.

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