Tradiciones del siglo XVII que siguen como el primer día y que recuerdan a ritos ancestrales que realizaban en los pueblos para celebrar la fertilidad de la tierra con la llegada del verano. Altea celebró ayer la festividad de «l'Arbret de Sant Joan» que la pasada semana fue declarada por la Generalitat como Bien de Relevancia Local junto a las fiestas de «l'Arbret» de Sant Roc y Sant Lluís que tendrán lugar en agosto.

La «Plantà» en el centro de la Plaza de la Iglesia, dentro del barrio del Fornet de Altea situado en los intramuros del antiguo baluarte, es el momento culminante de esta celebración que se remonta a principios del siglo XVII como una representación de la fertilidad de la tierra durante el solsticio de verano, cuando nació el nuevo pueblo de Altea tras el otorgamiento de la Carta Puebla en enero de 1617.

Ayer por la mañana la comisión de fiestas de san Juan de 2017, que repite este año también por no haber nuevos mayorales, junto a los miembros de la Associació Amics de l'Arbret, cortaron un gran chopo y otro de menor envergadura en la ribera del río tal como manda la tradición. El más pequeño lo llevarían a hombros los menores de 14 años, y el gran árbol sería transportado por los adultos.

Los árboles fueron trasladados al aparcamiento de la Facultad de Bellas Artes y al filo de las 19 horas comenzaba su traslado hasta la parte más alta de Altea, recorriendo las calles Benidorm, La Nucía, Costera dels Matxos, Calvario y Alcoy para, desde allí, dirigirse por la calle Sant Miquel hasta la plaza de la iglesia donde fueron plantados pasadas las 21 horas, cuando el sol ya estaba en el ocaso.

Como novedad, este año hubo una representación de las fiestas del árbol que se celebran en El Palomar (Valencia) para conocer desde dentro como son las fiestas alteanas e iniciar los lazos de hermanamiento entre estas dos celebraciones.

Altura como el campanario

El gran árbol, de una altura cercana a la del campanario de la iglesia, era llevado con gran esfuerzo por casi un centenar de jóvenes en cuyos rostros se reflejaba el tremendo esfuerzo de portar sobre sus hombros el pesado tronco. En el recorrido, y al grito de «aigua i vi!», los vecinos mojaban a los porteadores con cubos y mangueras de agua para hacerles más llevadero el esfuerzo. La subida de la Costera dels Matxos fue espectacular, pues no podían parar a mitad de camino y había que empujar con todas sus fuerzas hasta la cima. Los gritos de «Amunt, amunt!» eran el acicate para llevar el gran árbol la empinada cuesta.

El esfuerzo físico se reflejaba en las venas hinchadas de los cuellos y los músculos de brazos y espaldas a punto de reventar. Al final de la empinada calle y al comienzo de la calle Calvari, tocaba resoplar y descansar en una parada obligatoria frente a la casa de la «Tía Corrita», bajo la fachada trasera del templo, para homenajear a una de las personas más emblemáticas y recordadas de estas fiestas con bailes al son de la dulzaina y el tambor y con el repetitivo grito de «Aigua i vi, visca la mare que ens ha parit!».

La llegada a la plaza de la Iglesia fue impresionante. Los niños ya habían plantado su pequeño árbol cuando llegaban los adultos con el gran árbol. Los jóvenes exhaustos y con las ropas raídas se detenían en el centro y todos a una introducían el tronco en la tierra para, posteriormente, elevarlo hacia las alturas mientras era sujetado por cuatro cuerdas atadas al campanario y las terrazas de otras tres casas adyacentes. En su copa, las camisetas raídas que anteriormente habían cubierto los cuerpos sudorosos de los jóvenes colgaban a modo de trofeo y de homenaje a sus seres queridos ya fallecidos. Y varios jóvenes trepaban el árbol intentando llegar a lo alto, aunque pocos lo conseguían, mientras la gente bailaba alrededor del árbol-falo plantado en el seno de la tierra.