Benidorm, la ciudad emblemática del turismo en España, muestra estos días una estampa muy alejada de la habitual, muy diferente incluso de los meses invernales de moderada ocupación, todo por culpa del coronavirus.

Las calles vacías, sin personas, con tráfico casi inexistente y con la mayor parte de los negocios cerrados 'sine die' distan mucho de la imagen siempre bulliciosa de una ciudad cuyo atractivo reside en gran parte en la presencia de gentío en cualquier rincón.

Cierto es que este mismo escenario, o muy parecido, se encuentra en estos momentos en cualquier otro lugar del país, pero no por ello deja de ser llamativo que el icono turístico de la Comunidad Valenciana, el exponente máximo del turismo de masas en España, el modelo que triunfa donde y cuando otros fracasan, se parezca ahora más a un desierto urbano propio de otras latitudes.

"Triste y sola", así retrataba la ciudad un vecino parafraseando la antigua canción estudiantil interpretada machaconamente por las tunas.

El turismo, la actividad principal por antonomasia, no se ha tambaleado. No. A eso ya se ha acostumbrado Benidorm, que siempre ha sabido cómo mantenerse. Ahora, literalmente se ha caído. Y lo ha hecho de un plumazo sin que casi nadie lo viese venir.

La primera consecuencia ha sido inmediata con la cancelación de reservas, la repatriación de unos 35.000 viajeros, el cierre de los hoteles y alojamientos, y la paralización absoluta de los negocios que viven de la presencia de británicos fundamentalmente.

El Rincón de Loix, el barrio donde hace apenas una semana se concentraban miles de ingleses asidos a sus 'pintas' de cerveza, parece ahora el set de rodaje de la segunda parte del film 'Soy leyenda'.

La segunda consecuencia se verá dentro de pocos días. Llega la Semana Santa y el sector turístico, evidentemente, ya da por perdido ese pedazo del pastel. Dada la posible evolución de la pandemia en España, con toda probabilidad se mantendrá el estado de alarma y, por lo tanto, continuará el cierre obligado de establecimientos.

Hosbec, la patronal hotelera, atisba alguna esperanza de que a mediados de mayo o primeros de junio puedan empezar a abrir con la ilusión de remontar en verano y recuperar parte de la facturación.

Unas expectativas que, de momento, quedan lejanas en el tiempo en un panorama que todavía no invita al optimismo.

La tercera consecuencia será -ya lo está siendo- la caída de la economía local y la pérdida de empleos. Solo en el sector hotelero Hosbec vaticina alrededor de 5.500 trabajadores afectados por ERTE. A ello habrá que sumar los que presenten las empresas que viven del turismo.

Y es que con la desaparición de los turistas, de los vecinos que no pueden pisar las calles o de los usuarios de las vacaciones del Imserso, hasta las palomas de los parques se extrañan de que nadie les eche de comer, como se ha podido comprobar en algún vídeo que circula por las redes sociales.

Cada año por estas fechas, Benidorm se preparaba para recibir la temporada alta como un maná divino. Cada año, a estas alturas, Benidorm ponía a punto sus servicios y engalanaba sus playas, calles y paseos para dar la bienvenida a una Semana Santa que representa el termómetro de lo que serán los meses venideros.

Cada año, allá por marzo, se ponía el punto final a un sinfín de obras cuyo fin es que el turista se encuentre con una ciudad más cómoda, moderna y a su gusto.

Este 2020, sin embargo, será diferente. La pandemia del coronavirus ha dejado muy tocado a un municipio cuya industria turística es la razón de su éxito y existencia.

Si esta no funciona, el resto tampoco lo hace. Benidorm es como un castillo de naipes en cuya cúspide se encuentran los hoteles y desde ahí, en los pisos inferiores, se sitúan los demás alojamientos y actividades relacionadas de una u otra manera con el sector. Si lo de arriba falla, es fácil adivinar lo que sucederá con el resto.