Antes de su semifinal, Blanca Paloma aseguraba en una entrevista con INFORMACIÓN que no tenía claro si el papel de «repetidora» le favorecería por la experiencia acumulada o le perjudicaría por perder el factor sorpresa. Ahora, ya coronada como la representante española en Eurovisión, la respuesta parece clara.
Y es que la ilicitana supo corregir a la perfección los aspectos que le impidieron hacerse con el micrófono de bronce en la pasada edición. La principal diferencia entre las dos actuaciones ha sido, sin duda alguna, la puesta en escena.
Mientras que en 2022 optó por una estética minimalista, centrada únicamente en su persona y un vestido con una impresionante cola que se fundía con el telón de fondo, en esta edición, Blanca Paloma confió en una escenografía mucho más compleja y elaborada.
La artista empieza su actuación tras una cortina de flecos rojos -estilo cabaret- y atraviesa distintas fases a lo largo de la interpretación. Un recorrido que consigue conectar con el público y añade novedad a las diferentes partes de la canción.
Más fusión de sonidos
En cuanto al sonido, la vencedora del certamen apostó por abandonar los tintes más puristas de Secreto de agua profundizando en la fusión entre el flamenco y algunos toques electrónicos que renovaron el estilo de su actuación y dieron a su propuesta un aire más actual y novedoso, sin renunciar a la potente voz de la intérprete, que pudo lucirse vocalmente en varios momentos del show.
La otra clave fue precisamente el tema elegido. La propia artista lo reconocía hace unos días: «Buscábamos una canción que la gente pudiese cantar más, que les animase a formar parte de este rito». Y vaya si lo consiguió, Eaea fue coreada por el público en varios momentos del festival.
A estos elementos, la ilicitana sumó una sencilla «coreografía» basada en movimientos con las manos que, en su actuación final, generó una marea de gestos entre el público, completamente entregado con la propuesta de Blanca Paloma.