Cuando parecía que en las historias de los vampiros ya lo habíamos visto todo, siempre aparece alguien aportando un soplo de aire fresco al género. Los creadores de Sherlock, Stephen Moffat y Mark Gatiss, no sólo se han atrevido a aportar su grano de arena a las historias de los chupasangres, sino que lo han hecho basándose en la archiconocida y clásica novela de Drácula escrita por Bram Stocker en el siglo XIX llevada al cine en infinidad de ocasiones. La nueva serie del señor de los vampiros, coproducida entre Netflix y la BBC, rinde tributo a los clásicos del género y aporta el grado suficiente de inspiración para que lo viejo vuelva a convertirse en nuevo. En cada uno de los tres episodios de hora y media de duración cada uno, entre guiños y homenajes, siempre hay giros de guión de esos que dejan al espectador con la mandíbula desencajada.

Hay un poco de muchos de los dráculas que hemos visto en el cine en esta nueva versión. Desde el más reciente de Francis Ford Coppola en la década de los 90, al de Bela Lugosi de la Universal en aquellos lejanos años 30 y, sobre todo, al que encarnó Cristopher Lee en las películas de la Hammer en los 60, con el permiso del George Harrison que se puso la icónica capa en la comedia Amor al primer mordisco (1979). Hay algo deliberadamente retro en la ambientación de esta nueva serie y sobre todo en esa fotografía marcada por ese intenso color rojo. Pero también se huye del canon de vampiros que establecía la saga Crepúsculo y otros títulos similares. Admitamos que el personaje como tal sonaba a algo tan viejuno para el espectador más joven como los pasillos de su polvoriento castillo gótico en Transilvania. En la serie de culto Buffy Cazavampiros, la cazadora de vampiros por excelencia de los 90 lo liquidaba en dos ocasiones en un solo episodio de los 144 que tuvo la producción de Joss Whedon.

El nuevo Drácula no es un ser atormentado por un amor del que ha sido separado por la inmortalidad. Nada que ver con esa pareja interpretada por Gary Oldman y Winona Ryder en la cinta de Coppola. Es un ser sardónico y cruel, que disfruta haciendo sufrir a sus víctimas antes de acabar con ellas. Y así se va moviendo en la fina línea que separa el humor negro del horror. ¿Es un homenaje a El baile de los vampiros de Roman Polanski? Pero no faltan otras referencias a las novelas de Ann Rice y la saga en la que debutó Lestat con Entrevista con el vampiro, cuestionando algunas de las reglas que siempre hemos dado por supuestas para estos seres. Seguramente Lestat haría buenas migas con este Drácula. Un casi desconocido Claes Bang borda su interpretación como el señor de los vampiros en la nueva serie de televisión en un papel muy alejado del que podrían ofrecernos Ian Somelhalder en Crónicas Vampíricas o Robert Pattinson en la saga Crepúsculo. Si hubiera estado filmada en los ochenta, podría haber sido encarnado por actores como Tom Selleck o Burt Reynolds. Sin bigote claro. Su personaje reivindica al macho peludo, frente a otras caracterizaciones más andróginas. O quizá sea la manera de recalcar que se trata de un ser fuera de su tiempo.

La serie consigue dar con su némesis perfecta. Revelar a quien no la haya visto la identidad de Van Helsing, el mítico cazador de vampiros, es un spoiler como la copa de un pino. Es una vuelta de tuerca para adaptar el clásico a los tiempos actuales. Moffat y Gatiss reinventan a Van Helsing en Drácula, del mismo modo que reinventaron a Moriarty en Sherlock. Junto al villano, la reinvención del cazador de vampiros es otro de los grandes aciertos de la serie. Los guiños y referencias de este Drácula no se limitan al género de vampiros. Esos bebés vampíricos ya los habíamos visto en versión zombie. Y daban el mismo miedo.

La serie está dividida en tres episodios claramente diferenciados. El primero narra el cautiverio de Jonathan Harker en el castillo de Drácula. Es como siempre han empezado todos los relatos que adaptan la novela de Bram Stoker. Claro que, a medida que va avanzando la trama, se va independizando del material literario y empieza a tomar alas para hacer su propio recorrido. El segundo episodio narra otro de los momentos claves de la novela, el viaje en barco del príncipe de los vampiros desde Rumanía a Londres. El capítulo marca su propio homenaje a Agatha Christie al enfocar las misteriosas desapariciones de la tripulación como uno de los casos que se narran en sus novelas policiacas. El desenlace se marca otro de esos giros de guión que tampoco voy a desvelar pero que marca el terreno para las andazas de Drácula por Londres en el último episodio. Es el tercero el que mayores libertades se toma y el que más ha indignado a los más puristas. Pero aún con todas las licencias tomadas, nos cuenta la vida de Drácula en Londres e incluso la muerte de Lucy Westenra, otro de los momentos icónicos de la novela. La historia queda cerrada y bien cerrada tras el final, pero lo cierto es que la serie sabe a poco. Deja ganas de ver cómo se exploran todos esos nuevos caminos que se han abierto durante el tercer episodio, por lo que no sería de extrañar que se encontraran alguna salida para traer al señor de los vampiros de vuelta. Sherlock también supo burlar a la muerte.