Dead to me, After Life y El método Kominsky, aparte de ser series de Netflix, tienen algo en común: son comedias sobre el duelo. Eso sí, desde el respeto al infierno emocional que están pasando sus protagonistas. No cuentan con la intensidad y densidad de otros títulos de un claro tono más trágico como The Leftovers o A dos metros bajo tierra, pero su apariencia ligera las convierte en platos más fáciles de digerir a pesar de su temática. Con el aliciente de que sus temporadas son de entre seis y ocho episodios, de media hora cada uno, por lo que es relativamente fácil que caigan de una sola sentada.

Risa y duelo son dos palabras que aparentemente suenan como antagónicas pero que, en muchas más ocasiones de las que pensamos, suelen ir unidas. Los momentos de humor suelen constituir una válvula de escape para poder desviar la mente en momentos tan duros como la pérdida de un ser querido. En esos días de fragilidad emocional, sirve de terapia el poder reirse de uno mismo. Estas tres comedias se han atrevido a explorar las distintas fases del duelo y todas ellas han superado ya con nota sus segundas temporadas. Y eso que algunas de ellas estaban concebidas para ser miniseries de una sola entrega. Dead to me y After Life han estrenado sus nuevos episodios en plena pandemia del coronavirus y mientras buena parte de la población estaban encerrada en sus domicilios por el confinamiento. En cambio, la segunda temporada de El Método Kominsky se estrenó cuando ni siquiera la amenaza de esta terrible enfermedad se vislumbraba en el horizonte. Las tres arrancaban con una pérdida trágica para sus protagonistas y se centraban en cómo trataban de adaptarse a la "nueva realidad", riéndose de sus propias inseguridades.

El problema de After Life es que la serie terminará cuando su protagonista deje de sufrir. Es tan enternecedora la manera en la que éste ama a su difunta esposa, que no queremos que deje de hacerlo nunca. Al final de la primera temporada, veíamos al personaje de Tony (Rick Gervais) en vías de comenzar a rehacer su vida. La historia parecía haber quedado cerrada, pero el ser uno de los grandes éxitos de Netflix del año pasado la abocó a ser renovada sí o sí. Cuando se planteó la continuación, la gran incógnita era saber por dónde iban a ir los tiros. La segunda temporada ha optado por dar un paso atrás para que las cosas vuelvan a ser como eran. Precisamente, lo bueno de estos nuevos episodios es que After Life vuelve a ser la de siempre. Aquellos que hayan visto la primera temporada recordarán que el protagonista acababa de quedarse viudo al perder prematuramente a su esposa víctima de un cáncer. Su vida parecía comenzar de nuevo cuando, en el último episodio, empezaba una relación con una nueva pareja. El chasco nos lo llevamos nada más empezar los nuevos capítulos. Aquel romance en ciernes no llegó a funcionar y Tony sigue sufriendo por su difunta esposa. No ha conseguido pasar página. A lo mejor su problema es que se ha hecho adicto al dolor. Que piensa que, si deja de sufrir, estaría traicionando la memoria de su esposa.

Volvemos de nuevo exactamente al mismo lugar en el que nos encontrábamos al principio de la serie. La reacción de Ricky ante su dolor durante la primera temporada fue la ira, el sarcasmo y las tendencias suicidas. Todas estas sensaciones se han transformado en la segunda en una cierta melancolía y hasta ganas por intentar hacer felices a los demás. Parece como si Tony buscara languidecer en silencio y tener a todos engañados haciéndoles pensar que está bien. Algo que queda patente al sufrir otro duro golpe emocional al final de la temporada. No daremos más detalles por aquello de los spoilers. Pero que nadie se lleve a engaños y piense que la serie es más de lo mismo. Se empieza a preparar el terreno para posibles continuaciones, porque recrearse en el dolor de Tony afectaría a la credibilidad del argumento. Se han ampliado todas las tramas de los personajes secundarios y se cuentan muchas más cosas que el sufrimiento de su protagonista. Los momentos más hilarantes son esas noticias cutres que los protagonistas deben cubrir para el periódico local en el que trabajan. No sólo por lo que algunos son capaces de hacer por su minuto de gloria, sino por las reacciones de Tony. Gervais sigue cargando con ácido los diálogos de su desdichado protagonista cuando se pone a dar cera, pero hay un poso compasivo en él.

En El método Kominsky el personaje interpretado por Alan Arkin, Norman Newlander, se quedaba viudo nada más arrancar la serie y era su mejor amigo Sandy Kominsky (Michael Douglas) quien le ayudaba a salir adelante. Tras The Big Bang Theory y Dos hombres y medio, Chuck Lorre vendía a Netflix esta comedia sobre la tercera edad. En la segunda temporada, el desconsolado viudo también consigue iniciar una nueva relación, pero en su felicidad también se interpone la sombra de su difunta esposa. Los nuevos episodios no se centraron tanto en la desolación por la pérdida, sino en los problemas de la vejez. Una especie de Las Chicas de Oro o Grace and Frankie pero en versión masculina. Una comedia crepuscular en la que Douglas sabe reírse del galán que fue y Alan Arkin está soberbio como el desconsolado y algo cabezota viudo. Los personajes brillan con luz propia en la pantalla. Los problemas de próstata o de corazón se alternan con los quebraderos de cabeza que dan los hijos y eso de tratar que la vida social de uno no sea ir de funeral en funeral. Atención a los nostálgicos de los 80, que hay un cameo de Kathleen Turner, la que fuera pareja de Douglas en varias películas de la época (La saga de Tras el corazón verde y La guerra de los Rose). La escena sólo son unos segundos, pero es uno de los momentazos de la temporada. La nueva novia de Norman es otra veterana del cine y la televisión y fue chica Bond, Jane Seymour.

La plataforma estrenó la semana pasada, los nuevos episodios de Dead to me, una de las grandes sorpresas del año pasado. Sobre todo por la química entre sus dos protagonistas, Christina Applegate y Linda Cardellini. La primera acababa de perder a su marido en un atropello en el que el conductor se dio a la fuga, mientras que la segunda trata de sobreponerse de una relación tóxica. Ambas se conocen en un grupo de autoayuda para superar el duelo y es el inicio de una gran amistad. La lógica nos dicta que estas dos mujeres habrían sido enemigas en circunstancias normales, pero es la adversidad la que finalmente las ha juntado y convertido en inseparables. En los nuevos episodios, todos los personajes asumen las consecuencias de lo que hicieron en la temporada anterior y tratan de seguir adelante con sus vidas. Del negro del luto, pasamos a una buena ración de humor negro. Los sorprendentes giros que da el argumento se convierten en hilarantes y siempre al final de cada capítulo hay uno de esos cliffhangers que te hacen seguir queriendo ver más. La vuelta de tuerca que han dado para mantener a James Marsden en el reparto es un poco manido, pero la serie tiene algo de parodia de los tópicos del género culebronesco, por lo que es algo que se le puede perdonar.

En Dead to me, cuando pensabas que las cosas no se podrían complicar más, lo hacen. Adversidades que van mucho más allá de la Ley de Murphy y que provocan la carcajada. Lo de la viudedad hace tiempo que ha quedado atrás, pero eso no importa. La historia siempre ha tratado de la relación entre sus dos protagonistas. No hay nada como compartir secretos muy íntimos para reforzar la amistad. Y de eso de llevar oculta una carga muy pesada es algo de lo que sabe Linda Cardellini por el papel que interpretó en Bloodline para esta misma plataforma, aunque la otra serie era drama. La segunda temporada mantiene la frescura y además con su desenlace abierto podemos dar por seguro que tendremos nuevas entregas. Y allí estaremos para verlas.