La Maldición de Bly Manor tenía todo en su contra. Tener que competir con La maldición de Hill House era una tarea de lo más ingrata y sobre todo con la etiqueta de segunda parte colgada en la espalda. Aquella serie revolucionó el género de terror televisivo y su continuación, aunque fuera en forma de antología, era uno de los estrenos más esperados de esta temporada. En medio de esta expectación era fácil que muchos prefirieran afilar los cuchillos a dejarse zambullir por los pasillos de crujiente madera e iluminados por candelabros de este nuevo cuento de terror. La primera entrega había dejado el nivel muy alto, pero para más inri la ocupada agenda de Mike Flanagan, el creador de la serie, le obligaba a dejar los nuevos capítulos en manos de colaboradores. Se reservaba las labores de dirección para el episodio piloto y mantenía el control creativo del proyecto. La explicación es que al director le había caído el encargo de dirigir la segunda parte de El Resplandor, filme mítico de terror donde los haya, y tenía que intentar evitar dar la impresión de que Stanley Kubrick le venía muy grande. Como con Bly Manor, hiciera lo que hiciera en Doctor Sueño iba a decepcionar seguro. Otro inconveniente para esta segunda temporada era que la trama partía de una novela que había sido adaptada hasta la saciedad para la gran pantalla, Otra vuelta de tuerca de Henry James.

Los peores pronósticos se han cumplido porque efectivamente es cierto que Bly Manor es inferior a su predecesora. Pero esa afirmación es injusta. Podría dar la falsa sensación de que estamos ante una mala serie y no es así. Ya quisieran muchas de las que se emiten tener un mínimo de la calidad de ésta. Para los que peor lo pasaron con la primera entrega, la buena noticia sería que hasta he pasado menos miedo viendo ésta. Todavía aterran esas apariciones de la mujer del cuello torcido en mitad de la noche, aunque aquí también hay garantizada una buena dosis de momentos inquietantes. Tenemos esa espectral aparición de una figura con gafas redondas con brillantes luces o esa espectral figura sin cara salida de una película de terror japonesa, o incluso fantasmas que viven un momento sacado del desenlace de El sexto sentido o de Los Otros de Alejandro Amenábar. Las pretensiones de esta nueva entrega iban más allá del terror. La novela de Henry James se transforma en uno de esos dramones decimonónicos que se llevaban en la época, aunque con una trama ambientada en la década de los ochenta. Hay que ver cómo le gusta a Netflix esa época, oiga. La moraleja es clara: Los fantasmas también lloran. Y más de uno terminará la serie con una lagrimita antes de que llegue el fundido en negro.

La Maldición de Hill House era una serie autoconclusiva que adaptaba una novela clásica norteamericana sobre una casa encantada con el mismo título y escrita por Shirley Jackson. Así que pocas posibilidades había de continuar la historia de una manera mínimamente creíble. La fórmula elegida fue la de buscar para cada una de sus temporadas otras historias de casas encantadas que vivirían nuevos personajes. En La Maldición de Bly Manor encontramos muchas caras que ya vimos en la temporada anterior, de las que la más conocida es Henry Thomas, al que seguimos llamando el niño de E. T. porque realmente, salvo esta serie, tampoco hay otros grandes papeles en su carrera. El papel protagonista es para Victoria Pedretti, que en la anterior temporada era la pequeña de los Crain. Aquí encarna a la joven institutriz que empieza a trabajar en una mansión británica para cuidar a dos niños que se han enfrentado a recientes hechos traumáticos. Hay muchos más actores conocidos de la serie anterior como Oliver Jackson-Cohen, Carla Gugino o Kate Siegel, sobre cuyos personajes es mejor no hablar o entraríamos dentro del delicado terreno del spoiler. Caras conocidas con nombres diferentes, decididos a embarcarnos en un nuevo viaje al terror.

La novela de Henry James jugaba a ser deliberadamente ambigua al ofrecer una doble lectura de su historia. La cuidadora sospechaba que alrededor de los dos niños había fuerzas oscuras que les controlaban y les empujaban por la senda del mal. Uno podía seguir la trama como un relato de fantasmas, o bien prescindir de todo elemento sobrenatural y concluir que no había espectro alguno, sino que todo estaba en la mente de la protagonista y sus prejuicios derivados de una educación excesivamente puritana. Se introducía la figura del narrador poco fiable. Quién nos contaba la historia no tenía todos los datos y eso justificaba un giro inesperado de la trama. La mejor adaptación del libro a la gran pantalla ha sido Suspense (1962) de Jack Clayton y con Deborah Kerr en el papel de la institutriz. Otra adaptación menos afortunada fue Los últimos juegos prohibidos (1971) con Marlon Brando y Stephanie Beachman que venía a ser una precuela de la novela en la que se contaba la historia de los personajes cuyo trágico destino desencadenó la llegada de la institutriz. La película es más bien mala, pero tiene el interés de que aporta un punto de vista nuevo. Este mismo año se ha estrenado en la gran pantalla una nueva adaptación de la novela, The turning, protagonizada por Mackenzie Davis (Halt and Catch Fire) a la que la crítica tampoco ha dejado muy bien parada.

No hace falta decir que de estas diversas maneras de adaptar la novela, La Maldición de Bly Manor apuesta claramente por el elemento sobrenatural. Tenemos un relato de fantasmas que rezuma clasicismo y sobriedad por los cuatro costados, con un evidente respeto al material que adapta y de rendir homenaje a otros clásicos del terror. La institutriz se trae de casa a sus propios fantasmas y uno de los peros que le he encontrado a la serie es que el misterio sobre éste se desvela demasiado rápido. Eso sí, la escena en la que se explica el origen de sus visiones es de las mejores de esta temporada. De ésas que en la otra entrega nos dejaron agarrados al sofá con los ojos como platos.

La historia no sólo se centra en la figura de los dos niños y su institutriz o en la de los dos criados misteriosamente desaparecidos. Estamos en una serie de televisión y hay tiempo para explorar otros personajes secundarios y profundizar en lugares donde otras adaptaciones no llegaron. Incluso en mostrarnos quiénes eran los padres de esos niños y por qué su tío no quiere saber nada de ellos. En Bly Manor, los guionistas van incluso más allá para explorar los orígenes de la maldición, hasta remontarse siglos atrás en el tiempo en un episodio flashback rodado en blanco y negro. Ya decíamos que ese fantasma sin cara que recorre por las noches los pasillos del caserón parece sacado de los fotogramas de la película de terror japonesa Ju On (La Maldición). En esa saga de películas, se parte de que "cuando una persona muere víctima de una profunda e intensa ira, nace una maldición. La maldición se instala en el lugar donde esa persona ha muerto o en los sitios que frecuentaba, y allí se repite. Todo aquel que se tope con la maldición, ya sea por haber entrado en el lugar maldito o por entrar en contacto con alguien ya maldito, resulta fatalmente afectado por la maldición, lo cual supone el origen de una nueva maldición y que pueda propagarse como un virus, incluso a otros lugares". Algo muy similar a la maldición de la casa nipona resulta estar tras los misteriosos sucesos ocurridos en Bly Manor. Por cierto, que este verano se estrenó en Netflix la precuela de la cinta de terror japonesa con unos resultados muy decepcionantes.

Puede que a estas alturas alguno todavía crea que La Maldición de Bly Manor no valga la pena por haber tenido la desgracia de haber sido rodada después de su predecesora. Al menos parece que la audiencia ha acompañado, porque la serie ha estado encabezando el ranking de lo más visto de Netflix. Con suerte tendremos nuevas historias de terror en otras casas encantadas.