El estreno de Antidisturbios en Movistar el pasado fin de semana ha hecho correr ríos de tinta por la visión que ofrece de este cuerpo policial. A lo largo de estos días he leído opiniones de todo tipo. Las que más se han oído son las de los sindicatos criticando la imagen que se da en la serie de estos profesionales y reprochando a la ficción de poco menos que haberlos dejado a la altura del betún. Pero también las ha habido del lado contrario, acusándola de blanquear la violencia policial. No creo que la serie de Rodrigo Sorogoyen e Isabel Peña sea una cosa ni la otra. En Antidisturbios hay matones con porra, pero se nos habla de muchas más cosas y estos presuntos mamporreros no son para nada los personajes que predominan en el reparto. Hay violencia policial y hay corrupción, es cierto. Pero también hay personajes que se enfrentan a ella desde dentro del cuerpo y buscan hacer lo correcto. Los miembros de la unidad de antidisturbios que protagonizan la serie no son ni héroes ni villanos, sino más bien cabezas de turco de un sistema al que no le tiembla la mano para ejecutar su brazo represor, pero que también es capaz de dejarles abandonados a su suerte cuando las cosas se tuercen por hacer el trabajo que les ha ordenado ejecutar.

Antidisturbios llega en un momento de lo más dulce para las series españolas, donde en muy poco tiempo ha coincidido en pantalla con otros dos grandes títulos: la biografía de la Veneno a cargo de los Javis (nombre con el que se conoce a los directores Javier Ambrossi y Javier Calvo) , así como la adaptación de Patria, la archiconocida novela de Fernando Aramburu en HBO. En pocas semanas llegarán las 30 Monedas de Alex de la Iglesia y ya tendremos todo un póquer. Por cierto que entre el reparto tenemos a muchos conocidos de La casa de papel.

El primer episodio de Antidisturbios es magnífico y genera la tensión suficiente para que tener al espectador atrapado y dispuesto para devorar los cinco restantes. No hay nada como una partida de Trivial Pursuit en familia como para definir perfectamente a la protagonista de la historia, la agente de Asuntos Internos Laya Urquijo interpretada por Vicky Luengo, y comprobar hasta dónde puede ser capaz de llegar para conseguir lo que quiere. No hay cabo suelto que se le pase por alto. Pasada esta escena inicial de presentación del personaje, entramos en materia asistiendo a una gran secuencia con el resto del reparto donde los protagonistas deben ejecutar un desalojo judicial de una vivienda en el barrio de Lavapiés. En el interior del piso y tras barricadas de muebles, les está esperando una concentración pacífica de miembros de una plataforma anti-desahucios. Una situación que nos traslada a los peores momentos de la crisis económica que nos azotó hace una década. Está muy claro que en cualquier momento puede ocurrir cualquier cosa que haga que la cosa se vaya de madre. Durante toda la escena, la tensión se masca en el ambiente a la espera de que se produzca esa chispa que va a hacer saltar todo por los aires.

El suspense de este momento me recordó mucho a la película En tierra hostil de Kathryn Bigellow que narraba el día a día de una unidad de artificieros del ejército de Estados Unidos durante la guerra de Irak. Los protagonistas están sometidos al estrés constante de que en cualquier momento todo puede convertirse en un trampa mortal. Esta gran presión puede hacer estragos en cualquiera. Puede que no pueda equipararse un conflicto bélico a las situaciones a las que se enfrenta un agente de antidisturbios, pero desde luego hay que estar hecho de una pasta muy especial para estar aguantando impasible ante una multitud que te insulta, te escupe en el casco y te considera el responsable de todos sus males. Tarde o temprano esa tensión hará mella.

Realmente de todos los personajes sólo hay dos ovejas negras dentro de la investigada unidad que protagoniza la serie. El que aparentemente es el más inestable y tiene actitudes más chulescas, Rubén interpretado por Patrick Criado, es el primero que se va a la calle. Paradójicamente, éste es el que termina siendo el más centrado de todos en el último episodio. A lo mejor, el hecho de estar lejos de esa atmósfera tan opresiva era lo que hacía falta para que sentara la cabeza. El segundo es Bermejo (Raúl Prieto), el recién llegado. Parece que es el más centrado de todos, pero a medida que avanza la serie y vemos lo que hay dentro de su cabeza, sabemos que tarde o temprano la acabará fastidiando algún día. Es un acosador de manual. Hay algunos a los que la edad ha pasado factura y están demasiado mayores para seguir exponiendo sus cuerpos a semejante presión y todo se les hace más cuesta arriba. Es imposible no sentir compasión cómo le pesan los años a Osorio (Hovick Keuchkerian) y a ese otro cincuentón que sufre frecuentes depresiones. Osorio empieza en lo más alto, para ir perdiendo fuelle episodio tras episodio, hasta acabar siendo irrelevante en la trama. A Raúl Arévalo le toca el papel de ser el héroe de la historia y bajo su dura fachada se esconde alguien que sigue siendo un idealista.

No hay nada en la actuación de los agentes durante el trágico desahucio que justifique sanción penal alguna y, de hecho, al principio todo parece que va a ser carne de archivo. El problema es que hay otros intereses para que la causa siga abierta, algo que se irá desvelando a medida que avance la serie y que mejor evitar para no incurrir en spoilers. Lo inquietante de Antidisturbios no es si tal personaje se mete cocaína o tiene actitudes más o menos chulescas, sino esa atmósfera corrupta que de manera invisible rodea y controla todo. Las conspiraciones están servidas y tenemos garantizada una buena ración de eso que se ha dado en llamar las cloacas de Interior. Después de ver esta serie se entiende mucho mejor por qué en este país un personaje como el comisario Villarejo ha tenido tanto poder. Hay en la trama un oscuro personaje llamado Revilla, que podría haber tenido el nombre del comisario perfectamente. Pero también tenemos funcionarios honrados que tratan de poner fin a estas prácticas.

Otra de las escenas más polémicas de la serie ha sido la carga policial a grupos de ultras durante un partido de fútbol. Las críticas que he oído cuestionaban que un profesional de verdad fuera a tener la reacción que tienen los protagonistas ante la agresión de un compañero. Pero se olvidan de que en ese momento de la serie ninguno de sus personajes se encuentra en una situación de normalidad. Llevan aguantando meses de criminalización. Las salvajadas de los ultras hacen estallar toda esa presión interior y hacen aflorar lo peor de los protagonistas, aunque esta vez sus acciones no van a tener consecuencias. Sorogoyen y Peña han sabido cerrar una serie que ha dejado en lo más alto la producción audiovisual nacional.