Uno viaja en un tren regional los doscientos y pico de kilómetros que separa campos de labranza y naranjos que se amontonan en el paisaje fugaz de su vida personal. La abstracción entretiene la cabeza del pensador adormilado, campiñas y riachuelos, restos de niebla espesa y alguna liebre agazapada tras los surcos que ha dejado el tractor en la siembra. Y cuando sale al vagón a estirar las piernas, a entretener el esqueleto del traqueteo incesante, descubro en la pared de chapa e hierro un graffiti severo de poesía inquebrantable y hermosa como todos los ríos que quedan atrás. Miguel Hernández en voz y letra mantiene sus versos, "siendo un triste instrumento del camino, una lengua dulcemente infame....". Pero ¿quién escribe versos de Miguel en las paredes?, ¿quién sostiene la voz y el eco, ajeno a modas, pictogramas, televisiones o direcciones sms?. ¿Fué joven o adulto?, ¿Es él o ella, el que, en un arrebato de espontaneidad plasma versos puros de sangre y amor?. Y más tarde, cuando otra vez sentado en el vagón pienso en lo difícil que es creer en la poesía, y sin embargo sobrevive a todo y contra todos... "poesía para el pobre como el pan de cada día"... Uno desciende del gran cacharro férreo pensando en Miguel Hernández, muerto hace setenta años en una cárcel oscura franquista y vivo en la gente del mañana.....