He visto la foto subastada de Billy el Niño. Willian Boney mira a cámara profesionalmente, apoyado en su winchester. Es Bonney carilargo, chaparro, desordenado en la ropa, como era de esperar. Su rostro me recuerda el de un profesor de historia bachillerable. No paraba de hablar de Don Pelayo. Mientras defendía la pureza de la resistencia hispánica, imperio hacia dios, yo leía tebeos dedicados a Pat Garret, el sheriff que metió una bala en la barriga a "El Niño". Entre los arios hispánicos y el salvaje oeste me quedaba con lo segundo, con el colt y los vientiun asesinatos atribuídos al chico pobre hijo de irlandesa, nato del estado de Nueva York. Ahora sabemos, por ejemplo, que la herida que se llevó en el vientre lo dejó boca arriba, con los ojos abiertos y un cuchillo en su mano derecha. También sabemos que Garret lo cazó después de que éste se lo hiciera con una mexicana y que nunca supo quién le había disparado. O quizás sí, quién sabe. En el camino había dejado su particular estela de cadáveres. Estas leyendas soberbias de una època donde mordía polvo cualquiera, dejaban atrás los intentos de mi profesor caballar de historia para reconducirnos por los caminos de la santa cruzada. De hecho, en cuanto empezó a hablarnos sobre Rodrigo Díaz de Vivar, busqué la biografía de Butch Cassidy. Genial, claro.