Uno de noviembre. Suave la niebla cae sobre la mañana. Es día de asueto y de visita a los cementerios. Las mujeres de los pueblos que han encalado tapias y paredes, se afanan dejando brillantes jarrones, lápidas y epitafios, cruces y retratos. Se ven los grandes panteones, las estatuas conmemorativas, las alegorías. Tumbas grandes de la nobleza, con letras de oro y cruces de acero inoxidable. Tumbas con escaleras y bancadas donde sentarse al lado del enterrado, tumbas con mármol de Carrara y granito rojo. Visito algunas de ellas. Observo atónito que disponen de ventanas con cristales y persianas de pvc. Otras, las más, son espacios normales, populares. Un tarro de arcilla con algunas flores de plástico y, curiosamente, agua a medio llenar. En algunos pasillos hay escaleras con dispensadores. Si deja usted cincuenta céntimos, libera la escala. Hay que llegar hasta el tercer piso, donde descansa el finado. Luego la devuelve a la cadena con presilla y recupera el dinero.

Cementerios. Ciudades silenciosas donde habitarán algunos, que la cremación libera el suelo y la costumbre del eterno reposo estancado. Hay velas y cirios. Velones y mariposas. Alguna mujer arrodillada limpia con un trapo la piedra rectangular. Enseña parte de los muslos envueltos en medias negras. Las fotos de los fallecidos están en casi todos los departamentos. A la postre, fotografiarnos es dejar el alma detenida. Mostrar como fuimos en ese instante, ese momento exacto que la cámara nos secuestró el alma es inexacto pero aproximativo. Al menos crea la vana impresión en los familiares de la persistencia. La vida ante la descomposición de la muerte.

Y las postreras palabras talladas: aquí yace fulanito. Tus hijos no te olvidan. Flores secas de coronas mortuorias. Las preguntas esculpidas: ¡Miguel! No respondes a tus padres, ¡ que espantoso silencio!. Las demostraciones: Se vió en su rostro después de la muerte un dulce reflejo de la serenidad de su alma. Las bromas lapidarias: Murió víctima de criminal difteria. Marianita, nos dejaste a los cinco meses, ¡que pronto empezaste a darnos disgustos!.

La ciudad de los muertos se puebla de vivos que venden flores, (las flores muertas como símbolo de vida efímera), asean los lechos, recuerdan a los suyos o pasean entre cruces. Es uno de noviembre. Y la niebla cae suave.