Entonces vá Gabriel García Márquez y se saca un relato de la chistera como si fuese un conejo o una paloma blanca de ilusionista:

(Que una señora vieja que tiene dos hijos, sirviendo el desayuno le comenta a uno: "No sé, pero me he levantado con la idea de que algo muy grave va a suceder en este pueblo". Y el hijo, más tarde en los billares, falla una carambola y cuando preguntan "¿que pasó, era fácil?", él dice: "es cierto, pero me quedó la preocupación por las palabras de mi madre, dijo que algo grave va a suceder en este pueblo". Y uno de los billaristas, otro, al entrar en la carnicería a por dos pesos de chicha comenta: "me han dicho que algo grave va a suceder". Entonces el carnicero lo transmite a otra vecina y ésta, prevenida, compra de más y la otra más prevenida compra más aún, algo grave va a suceder en el pueblo: ya es un rumor furioso en todas las casas. Algunos salen a la calle: "hace mucha calor". "Siempre ha hecho calor". "Pero nunca como hoy, mirá, un pajarito en la plaza". "Pero siempre han habido pajaritos en la plaza". "Pero no como hoy ni como ese, compadre, algo malo va a suceder en el pueblo". Y aquél hombre, desaliñado, en camiseta, reúne a los suyos, hace las maletas y pone pies en polvorosa. "Si él se vá yo también". Agarran muebles, bártulos, vajillas, animales, y en fila, empieza el éxodo. Antes, uno de ellos, bravo y guerrero, dice a los demás: "Que no venga la desgracia a caer sobre lo que queda de nuestra casa". Y le prende fuego. Y otros también. Así el humo inunda el cielo azul y blanco del pueblo en llamas. Y aquella vieja, asomada a su huerta, repite sin más: "Ya lo dije yo: algo muy grave iba a suceder").

Entonces voy leyendo el amago de Gabo: su chistera azul llena de palomas y palomares, de conejos y conejeras, de pañuelos de colores anudados unos tras otros. No es la primera vez, siempre que me paro en su casa, ante sus hojas escritas, sus toses carrasposas, quedo bobo y anulado. Luego, claro, resucito, sacudiéndome viejas presagiadoras de la cabeza.