Orgullo patrio sienten los festeros festivaleros de El Puig en Valencia. Las caceroladas en honor al patrón San Pedro Nolasco dan paso a las piñatas repletas de cadáveres de ratas. Cuentan las crónicas que antes (ignoro cuando era antes y si antes era antes hace poco o antes de antes) se guardaban en perolas a modo de piñatas, caramelos, regalos y conejos vivos, a los cuales, garrote en mano, los quintos de la zona daban matarile. Debido a protestas animalistas y al cambio de normativa, los quintos de la plaza riau riau, cambiaron un roedor por otro, dando origen al singular y asqueroso espectáculo: ratas muertas, destripadas y arrojadas a los muros o a los espectadores. Tanto reto cultural me lleva a lo de siempre: en cuanto algún energúmeno participante en el asunto rateril lea estas letras me lloverán amenzas. El Puig es un municipio de casi diez mil habitantes. No sé que lúdico coño sienten los mozos arrojàndose conejos vivos a punto de palmarla o ratas abiertas en canal. En todo caso el cachondeo de palurdos está servido. Porque las fiestas reaccionarias, absurdas, guarras y decrèpitas invaden el solar patrio. Ah, el cura tranquilo, le sacan el santo de paseo, a pesar de las ratas. Puaf.