Me encuentro con una amiga de hace tiempo. La conversación se mantiene en lo recurrente, que si los kilos, los hijos, el ovario que extirparon, que si el día está nublado, que si te acuerdas de cómo éramos. Enseguida le digo: Azorín, y ella pone cara seria. Azorín ¿qué?. La conversación, nuestro encuentro, todo es azoriniano, él no lo hubiera descrito mejor. Comprendo, quieres decir que usamos tópicos. Claro, típicos tópicos. Yo te diría, le digo yo: he acabado militando en las filas de satanás, pasé por cinco o seis grupos de pensamiento hasta que encontré mi espacio natural: adorador nocturno de Lucifer. Ríe a carcajadas. Es una contradicción: si adoras de noche al hijo de la luz, Lucifer sic, es una contradicción. ¿Quieres reírte de verdad?, dice ella con un mohín del pasado: soy sinestésica. Me sorprende, no tanto lo que es, sino la afirmación rotunda de lo que es. Joder, sinestésica, eso es un desorden que produce visiones... comento. Soy sinestésica con los números y la música: cualquier cifra se convierte en una pantalla de colores, cualquier sonido musical en una amalgama emisora de destellos, a veces, casi mágicos. Pero.. ¿molesta?. Nó, si aprendes a vivir con la disfunción no, aunque es cargante. Durante la conversación ha dado tiempo a sentarnos en una terraza, pedimos algo de beber. El tintineo de los cubitos de hielo del martini seco es de color naranja, habla. Alucinante. El precio, seis setenta y cinco, por ejemplo, es amarillo, verde y negro. Vaya, yo que pretendía sorprenderte con mi culto al maligno y tú en un hábitat de colores. Vuelve a reir. Me gusta como te explicas, antes no hablabas así. Antes éramos otras personas, éramos otras personas en otro mundo, con otras inquietudes y sin adoraciones ni sinestesias. Una curiosidad: un ácido de la época explotaría en tu cabeza como una lata de acuarelas. Pues sí, es más, un ácido de la época inició este trastorno. Lo creo, de hecho yo entré en la primera secta satánica después de engullir otro secante holandés, en Amsterdam. Vuelve a reir. Por un rato, tomando una copa en una terraza, viéndola colorida y lozana, olvido a Azorín. En un descuido asoma su muslo. ¿Sigues teniendo hoyuelos en el límite del glúteo?. Y entorna los ojos de una forma en la que, sinestesias aparte, adivino la respuesta.