Aterrizaron bien, con un gran susto en el cuerpo. El avión entró en una serie de turbulencias y baches. Cuando aquella azafata pasó casi a la carrera avisando que se abrocharan los cinturones, todos los pasajeros experimentron la primera sensación de temor. Un crujido seguido de súbito descenso hizo que el temor se convirtiera en pánico. Así hasta la normalización, con las consiguientes quejas y ataques de histeria del pasaje. Abajo les esperaba la prensa y televisión local, que había logrado enterarse del incidente. Muchos expresaron su disgusto con la compañía, no se había dignado a darles explicaciones ni parecido. Todos entraron en la terminal un poco descompuestos, todos menos Gustavo Cañar.

Este ecuatoriano bajito y de mediana edad declaró ante una repórter inquieta que buscaba carnaza con su micrófono. "No sé, en esos instantes bebía güisqui y me pareció divertido el sube baja del aparato". "¿No se asustó?"... .... "Nó le dí mayor importancia. Los demás pasajeros nunca subieron en mi burra Casta por los senderos y barrancos de Pujilí. Aquello sí es pánico y no el tiovivo aéreo". Tranquilamente Gustavo Cañar sacó su petaca de licor y dándole un trago dijo, "vá por Pujilí, hermanos".