Las moscas aparecieron por diciembre. Encontraron un hábitat exacto en los botes de mermelada de melocotón del mercadona y acabaron siendo plaga de barriadas. Viajan dentro del autobús, sobre los aires acondicionados o en cualquier sobaco sudado. Están en los bares, ocultas dentro de las ensaladillas rusas, los calamares a la romana, los huevos rellenos de atún con tomate. Moscas en mostradores, en cajeros, en las orejas de los perros del parque. Vino la policía a no sè que historias cotidianas sobre pedigüeños que se apuñalan o vecinos que venden haschís malo en las bancadas de la plaza. Vinieron con moscas en sus gorras, cartucheras, en la pegatina facha de banderita española de la pipa, en los laureles de sus galones. No existen antídotos, si mueren, renacen, es un ciclo- bucle fantástico que empieza a preocupar a las autoridades, máxime cuando al hablar alguna voladera asustadiza intenta colarse tráquea abajo usando sus lenguas como trampolines. Ahora mismo, tecleando, he dado muerte a cinco aladas y negras moscas. No quiero que aparezcan en mis sueños. Pero por desfortuna, siempre están.