Conocí a Benedetti en Salamanca, en una cafetería de la plaza mayor. Ese día el lugar era puro bullicio y gentío. Benedetti sorbía de su café tranquilo, un viejito plácido con ojos brillantes. Yo había leído "Gracias por el fuego" aquél verano en Valencia, junto a Marina y el inolvidable Iñaqui. También un pequeño conjunto de cuentos titulado "La muerte y otras sorpresas". Así que estaba embobado con la narrativa de don Mario. Por cierto, me dijo hola y siguió absorto en sus pensamientos. Por entonces, a finales de los setenta, el que esto escribe andaba entre nubes revolucionarias y literaturas varias.

Volví a verlo hace pocos años. Esta vez conferenciaba en el teatro- cine de S. Vicente y el absorto fuí yo. Maestro de maestros, hilaba el temple de su voz: "me consta y sé, nunca lo olvido, que mi destino fértil voluntario es convertirme en ojos, boca, manos para otras manos, bocas y miradas".

Andando por la ciudad, con mi cámara en el bolsillo, descubro una pintada parafraseando al maestro. Sonrío, robo la imagen y siento una espontánea alegría, parecida a la de aquél día en Salamanca.