El problema con la famosa máquina del saber es la cantidad y medida. Todos los experimentos realizados hasta ahora han supuesto una derrota en el propósito, pues el conocimiento siempre está interconectado a otros circuitos. Una deducción científica, por ejemplo, te deriva a una cita literaria y ésta misma a un ejercicio astronómico y el último a una ecuación imposible. La misión de la máquina, en principio, era loable: se inyectan porciones culturales a individuos con carencias deductivas. Lo que nadie podía imaginar es que esas cápsulas inyectadas derivaran sin remisión a otras materias. Las disciplinas, todas las canónicas, esperanzaban al individuo, que, de pronto, veía la luz sin más. Luces, por fin Luces.

Pero el camino de conceptos, la sabiduría, en definitiva, sólo traía angustia y locura: mayores sufrimientos. Nueve de cada diez experimentos fracasan arribando al suicidio. El uno restante explota, igual que explota una cucaracha cuando la pisamos o la bolsa infecta de una garrapata al arrimarse al fuego. El cerebro explota, las neuronas friccionan, se rebelan, argumentan por su cuenta hasta fagocitarse buscando el hombre nuevo: el no nato, propietario de la deducción y la sapiencia: Luzbel.

De momento, las máquinas han sido retiradas. Sólo de momento.

Demens iudicio vulgi, sanua fortasse tuo. (Horacio, Sátiras, 1, 6, 97)

"Loco a juicio del vulgo; cuerdo quizá para tí"