Unamuno secundó el alzamiento nacional con cinco mil pesetas de su bolsillo. Viejo y achacoso confundió churras con merinas en aquél insólito paisaje de pulsiones. Pero tardó poco en arrepentirse. Es célebre su choque con Millán Astray, (aquél fanático y psicótico militar). El caso es que se conmemoraba el día de la raza, doce de octubre. Era el año 1936. La Universidad de Salamanca celebraba un acto donde legionarios y falangistas tropezaban entre sí. Tomó, ante la algarabía, la palabra Astray: País Vasco y Cataluña eran la antiespaña, los moros, valientes como ellos sólos, habían venido a salvar la religión contra los malos españoles... y así hasta el hastío. La sala era una olla a presión de fascistas por la causa. Millán Astray finaliza su discurso: ¡Viva la muerte!, camaradas ¡arriba españa!, ¡una, grande, libre!. El público gritaba y repetía consignas.

Unamuno, quejumbroso, toma la palabra: "El obispo, presente en esta sala, es catalán, y yo, que soy vasco, llevo toda la vida enseñandoos la lengua española que no sabeis..". Millán se levanta. Vuelve a gritar casi al lado del profesor: ¡Viva la muerte!. Jose María Pemán, (insufrible vate del franquismo), que está a su lado, vocifera: ¡Mueran los falsos intelectuales!.... suena algún desenfunde de pistolas.... Unamuno replica: "Venceréis, pero no convencereis".

La sala es un clamor. El obispo tragaba saliva y la mujer de Franco, (la futura collares), tira del codo de Unamuno. Cientos de brazos al aire saludan al grito de arriba españa. Al día siguiente sufría arresto domiciliario. El último día de aquél año moriría. Entendió que su primeriza adhesión a Franco había sido un acto de horror. Y eso le sumió en la umbría pena.