"Yo denuncio a toda la gente que ignora la otra mitad, la mitad irredimible que levanta sus montes de cemento donde laten los corazones de los animalitos que se olvidan y donde caeremos todos en la última fiesta de los taladros. Os escupo a la cara. La otra mitad me escucha devorando, orinando, volando en su pureza, como los niños de las porterías que llevan frágiles palitos a los huecos donde se oxidan las antenas de los insectos....". FGL, 1930. "Poeta en Nueva York"

Sentado en un banco de madera de ébano, en un parquecito florido del este newyorquino, Federico curioseaba siguiendo el movimiento de las abejas en los magnolios. Dice Edèn Puertas que fumaba tabaco de liar y tosía porque no le gustaba. "Me apetece disgustarme, saborear el acero de la picadura". Edèn Puertas acompañó a Federico en las avenidas de la megápolis. Se asombraba de la luminotecnia y de la aficiòn de las gentes a comer por la calle. 1929, Nueva York estaba llena de gánsteres. En realidad siempre lo ha estado, sólo que acabaron haciendo política o convirtiéndose en funcionarios. Gánsteres y niños con mocos y caras tiznadas en las bocas del metropolitano. Y por allí, entre callejones, tabaco picado de acero, parques floridos y hoteles, Lorca compuso un poemario que cambió la lírica para siempre, el más desgarrado y bello del siglo XX: "Poeta en Nueva York". Un paisaje apocalíptico y deshumanizado que nos condena a la desesparación y el lamento. Lorca abandona las formas tradicionales y estructura una bomba de relojería contra su propio yo. En la universidad de Columbia leía esbozos de Poeta en Nueva York, apocalipsis de la angustia:

"Agonía, agonía, sueño, fermento y sueño. Èste es el mundo, amigo, agonía, agonía, los muertos se descomponen bajo el reloj de las ciudades, la guerra pasa llorando con un millón de ratas grises, los ricos dan a sus queridas pequeños moribundos iluminados y la vida no es noble, ni buena, ni sagrada..." FGL.