De un tiempo a esta parte se le había metido en la sesera que tenía que matarlo. Matar a un hermano es la primera escena del primer acto fundacional cristiano, luego nada raro sería. Todo, como suele ocurrir, por puros celos. Èl le había quitado a la que más quería. El problema a resolver era, sin embargo, complicado: los dos, Marc y Llop, tenían un sólo corazón. Un mismo corazón, hígado, estómago, pene. Siamenes desde el mismo momento de la gestación, dos cabezas y un cuerpo.

Ayer, sin ir más lejos, ella se acostó con Marc. Tuvo que estar todo el tiempo hacia otro lado, con los auriculares del mp4 sonando. Todo por no oìr besos, y aunque en los tocamientos y sexualidad la piel del otro era suya, sabía que no era él.

Ahí decidió matarlo. Cuando se lo dijo, se liaron a golpes cada uno con un brazo. Con un puñal en la mano, frenado en un pulso de fuerza por la otra mano, acabò clavándoselo en la mitad opuesta. En el suelo, Llop veía como Marc moría, por lo tanto también él, aunque el muerto no era él.

Ella llegó al lugar de los hechos acongojada y llorosa. Como en un tango, los siameses eran vulgar fiambre en medio del asfalto.