Comenta Melville en la triste historia del escribiente Bartleby, como andando por la ciudad divisó a un hombre en una ventana. Preso en la tormenta de un rayo feroz, quedó negro y azul, carbonizado, en la misma posición sorprendido. La imagen, espectacular y apocalíptica, estuvo durante horas sujeta a las inclemencias del horrible aguacero que, esa tarde agónica, había sorprendido a los habitantes de la villa. Y en la llegada de la bonanza, cuando intentaron recomponer el cadáver apoyado en el mirador, aquél se deshizo en cenizas y briznas de carne quemada, cayendo al exterior trozos del cuerpo asado. Recuerdo esto, contemplando el rescate de un trabajador muerto en instalaciones de alta tensión, doblado sobre sí mismo y el arnés, morado, espumajoso, descendido desde su infierno particular por los bomberos, directo al furgón mortuorio.