"Perdonadme: he dormido, y dormir no es vivir. Paz a los hombres. Vivir no es suspirar o presentir palabras que aún nos vivan. ¿Vivir de ellas?. Las palabras no mueren. Así esta noche clara. Ayer cuando la aurora, o cuando el día cumplido estira el rayo final, y da en tu rostro acaso. Con un pincel de luz cierra tus ojos, duerme. La noche es larga, ya ha pasado". Vicente Aleixandre.

Queda usted detenido en los versos de la página ochenta y dos, detenido, esposado, cacheado. La octavilla se torna ocre, con puntitos microscópicos, islas en medio de un mar de óxido de los tiempos. Y leo la declaración del delito: sólo son unos versos, agente, sólo pensamientos encadenados, dolidos, sí, pero pensamientos, sólo versos. Todos sabemos que ocurre con los libros viejos, cómo se rompen por la goma barata y seca, como se desgajan. Las frases caen, los poemas por escribir, los venideros, señor agente. De esa manera, tan ancianas declamaciones pasean encima de la hoja deshojada como si fuese una alfombra voladora que se alejara de la ley. La ley implacable que te sienta en el banquillo de los acusados para enviarte a la horca, pura poesía...