Es costumbre vestir a los muertos, al contrario de como venimos al mundo. A los reyes, reyezuelos, faraones y prelados no sólo se les vestía con galas de oro y plata. Para aquél viaje final, aquél tránsito eterno, se les rodeaba de riqueza y comidas. También de soldados, hombres de confianza, animales favoritos y capitanes. Así es el rito funerario....

Vestir a un muerto es cosa jodida. Si está con el rigor o si no lo está. Entiendan que multiplica su peso el cadáver con un simple proceso químico. Aguas y fluidos hinchan el cuerpo. Por eso hay que tener cuidado. Máxime si está presente algún familiar del finado. Lo habitual es cortar con unas tijeras por la espalda, camisas, chaquetas u otras prendas. Ponerle pantalones o calzarlo es de gran esfuerzo, se lo aseguro. Pero si hay alguien allegado, ándense con cuidado. Toda esa marea de fluidos puede acabar emergiendo cual manantial por boca, nariz o culo, asunto a veces desagradable, más que por el líquido cadavérico, por los aromas acumulados. Por eso los tànatopractors, (joder, tienen nombre de dinosaurios) embocan laringe con algodones o tapan bocas con gasas.

Ridícula costumbre embellecer a los tiesos. Desnudos de equipaje, caso de haber vueltas o viajes, uno iría mucho mejor. Ellas con sus enseñanzas divinas y nosotros con los colgajos al viento. Vestir muertos es contraproducente, por eso, ahora que configuro testamento, lo dejo claro: que me dejen en bolas. Aunque mi cuerpo muestre metralla, bultos tumorales, bubones morados, o apestosas pústulas. Desnudo como los hijos de la vida. Amén.