Descubro en una revista especializada que la comunidad científica ha topado con la inmortalidad de bruces. Tenía que ser, como no, un habitante de la mar, concretamente una especie de medusa, la Turritopsis Nutricula, el especímen poseedor del supuesto bien. Con forma de campana y medio centímetro de longitud, se deja arrastrar por corrientes marinas en todas sus fases. Cuando llega al estado adulto no muere, sino que retorna a su forma juvenil, (pólipo), para volver a repetir el ciclo vital hasta un número infinito. El descubrimiento de la Turritopsis trae de culo a los técnicos, empeñados en descubrir porqué ese proceso y porqué esa anomalía celular. De hecho, el crecimiento de la medusa, su reproducción acelerada, generará graves problemas en la cadena trófica. Desde el Caribe, estos seres transparentes se extienden por todos los oceanos, cosa que me produce un inquietante placer, silencioso, literario, pausado: los dioses inmortales, definitivamente, tendrían cabeza hidrozóica.