"Estas funciones deben su origen a los moros, y en particular, según dice don Nicolás Fernández de Moratín, a los de Toledo, Córdoba y Sevilla. Estos fueron los primeros que lidiaron toros en público. Los principales moros hacían ostentación de su valor, y se jercitaban en estas lides mezclando su ferocidad natural con las ideas caballerescas que comenzaban a inundar la Europa. El anhelo de distinguirse en bizarría delante de sus queridas, y de recibir el premio de su arrojo, les hizo poner las corridas de toros al nivel de sus juegos de cañas y de sortijas....."

"Como los toros era una fiesta privativa de los nobles, le era prohibido a la plebe el entrometerse en ella hasta el toque de desjarrete, el que sonaba después que los caballeros habían alanceado completamente al toro. Entonces la multitud se arrojaba a la plaza, no de otro modo que en nuestras insoportables y brutales novilladas, armada de palos, cuzos y venablos, y corría tropelladamente a matar al toro como podía; pero éste, que no siempre era del parecer de la plebe, sino que solía dar en llevar la contraria, era causa de que en estas ocasiones ocurrían no pocas desgracias, y que entonces el infeliz inexperto e imprudente que tenía la desgracia de ver la función desde las astas del animal no debía de esperar auxilio alguno de parte de la nobleza, que tenía por vil y degradante salvar la vida de un plebeyo..... cada noble solía llevar en derredor de su caballo dos o tres chulos de a pie para distraer el toro en un riesgo, como en el día nuestros capeadores......"

".....si bien antes eran una prueba de valor español, y ahora sólo lo son de la barbarie y ferocidad, también han enriquecido considerablemente estas fiestas una porción de medios que se han añadido para hacer sufrir más al animal y a los espectadores racionales: el uso de perros, que no tienen más crimen para morir que el ser más débil que el toro y que su bárbaro dueño; el de los caballos, que no tienen más culpa que el ser fieles hasta expirar, guardando al jinete aunque lleven las entrañas entre las herraduras; el uso de banderillas sencillas y de fuego, y aun la saludable costumbre de arrojar el bien intencionado pueblo a la arena los desechos de sus meriendas, acaban de hacer de los toros la diversión más inocente ......"

"......ni se desmayan al ver vaciarse las tripas de un cuadrúpedo noble que se las pisa y desgarra, sino que salen disgustadas si diez o doce caballos no han hecho patente a sus ojos la maravillosa estructura interior del animal, y si algún temerario no ha vengado con su sangre, derramada por la arena, la razón y la humanidad ofendidas.............. venga todo el mundo a unas fiestas en que, como dice Jovellanos, el crudo majo hace alarde de la insolencia, donde el sucio chispero profiere palabras más indecentes que él mismo, donde la desgarrada manola hace gala de la impudencia, donde la continua griterìa aturde la cabeza más bien organizada, donde la apretura, los empujones, el calor, el polvo y el asierto incomodan hasta sofocar, y donde se esparcen por el infestado viento los suaves aromas del tabaco, el vino y los orines."

Todo lo aquí expuesto pareciera extraído de cualquier artículo actual. Se escribió hace 181 años, mayo de 1.828, en 'El duende satírico del Día', y fue nuestro estimado, leidísimo y alabado Mariano José de Larra, Fígaro, quien con absoluta prestancia explica lo que ve sin más miramientos. Pocas cosas han cambiado desde entonces. Pocas y precisas.

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