Es verano. En la ciudad todo el mundo anda medio desnudo. El resto se desnuda aparte. Vestidos y gasas, venas, varices, cráteres celulíticos, grandes tetas. La playa revienta en su perímetro, en el epicentro y en las olas cargadas de compresas y de manchas chapapóticas del vertido del barco patroneado por cualquier hijo de puta. Gente con pasta, pelas, parné. Y gente pelada. A siete euros la hora se pagan los extras en hostelerìa. A diez euros máxime. Sin seguros ni pollas en vinagre. Con tapita y cubata al final de la jornada. Unos explotan y otros son explotados. Música y olores. Estío, hastío, albedrío. Hay sexo gratis al tercer güisqui, créanme, dos miradas y un polvo en cualquier pensión con desayuno incluído. Hay coloretes y pinturas de guerra apache, totems y tabús, besos y lágrimas. El alcohol corre por doquier y el tintineo de las hojas verdes y amarillas resopla junto a tipos engominados. Música y mariconeo, puterío y naderías. Es verano, cremas sin hidratantes y estafas permanentes.