Poco a poco fui mutando. Cosas de la escritura. Todos los días anotaba algo, alguna entrada, poema o artículo en un diario virtual. No sé como, pero empezó a gustar al público. De hecho, nunca sospeché que tanta gente pudiera leerme. Y eso que no hablaba de sexo. Después de cometer el quinto asesinato, algunos seguidores dejaron de serlo, les parecía aberrante que expusiera poemarios adulatorios a las víctimas, máxime cuando acaba de contar, por ejemplo, como las había destripado. Se volvieron selectos y finos, los muy idiotas. Otros energúmenos, empero, animaban a proseguir. "Mata a dentelladas, compañero, escribía un fanático lector, mata a bocados y luego escribe sonetos a la luz de la luna. Bellos sonetos de muerte". Un día se presentó la policía con una orden de arresto. Mis artículos habían llamado la atención, sobre todo por la cosa de los asesinatos. Rastrearon la dirección informática y lograron detenerme. Ahora recibo cartas por correo ordinario, epístolas clásicas, las recibo a cientos. Procuro contestarlas todas. La cárcel es una buena escuela de escribiduría.