Mujeres de la tribu konso, en Etiopía

Quedan muy pocas tribus que todavía mantengan su indumentaria tradicional, con las mujeres con los pechos desnudos y los hombres con lo que se suele denominar el taparrabos. Y estas pocas han sobrevivido porque habitan territorios remotos de difícil acceso. Las tribus situadas entre el Sur de Etiopía y el Norte de Kenia, algunas etnias míticas del resto de África, y las diseminadas por rincones de la isla de Papúa, son parte de las escasas zonas en las que todavía sobreviven, aunque cada vez en menor número. En el resto del mundo prácticamente ya no existen salvo pequeños reductos, en algunos casos reducidos a una mera atracción turística. Son las últimas mujeres desnudas.

Mujer con su bebé en el valle del río Omo, al Sur de Etiopía

Durante siglos su desnudez formaba parte de su tradición y sus señas de identidad, sin que sintieran el más mínimo rubor, y mucho menos vergüenza. Abundaban por zonas geográficas de casi todos los continentes. Sin embargo, de forma progresiva, especialmente en el último siglo, la influencia del “mundo civilizado” y la contumacia de predicadores de todo tipo, han provocado el abandono de sus tradiciones salvo pequeños y muy aislados enclaves.

Jóvenes de la etnia erbore ligeras de ropa pero atiborradas de collares

África es el continente donde se localiza la mayoría de áreas en las que todavía perviven las tradiciones seculares en materia de indumentaria. Una de estas zonas es el sur de Etiopía. Para poder llegar hasta allí no hay más transporte que el todoterreno, ya que no existen carreteras, ni más alojamiento que algún antro perdido o campamentos de tiendas de campaña. Estas circunstancias son las que han deparado que determinadas tribus hayan permanecido aisladas y aún conserven su indumentaria de siempre. Pese a ello, hasta en los poblados más aislados siempre encuentras algunos de sus moradores con vestimenta occidental.

Mujeres de la tribu konso en Etiopía

Una de las tribus más famosas al respecto es la de los mursi, residentes en pequeñas agrupaciones de chozas en el valle del río Omo. Es más, en la fidelidad a sus rasgos más destacados, como la llamativa dilatación labial con platos de arcilla o de madera, parece influir más la propina que se ganan con las fotos de los turistas que la resistencia a la pérdida de sus hábitos. Recuerdo que me recomendaron que saliera de la capital, Addis Abeba, con un gran fardo de billetes ya que es obligado pagar por cada fotografía que se obtiene de los lugareños, y por aquellos lares no encuentras ningún establecimiento de cambio. Inicialmente suelen pedir una cantidad exagerada por cada posado pero se avienen al regateo y a mí no me costó llegar a un acuerdo.

Dos jóvenes mursi con el plato labial aún reducido

Para viajar por la zona es imprescindible un conductor-guía que la conozca muy bien para poder llegar hasta los poblados más perdidos. Es conveniente también llevar provisiones de comida porque por los territorios de las tribus prácticamente no existen locales con alimentos salvo algún tugurio de escasa fiabilidad higiénica. No hay que atemorizarse por los rifles y kalashnikovs que portan muchos de los nativos, en sustitución de la desfasada lanza o del arco y las flechas, porque nunca las emplean contra turistas a los que reciben alborozados por los ingresos económicos que les reporta.

El tamaño del plato crece con la edad de la mujer mursi

Otras tribus del Sur de Etiopía menos espectaculares que los mursi pero no menos interesantes, como las banna, konso, karo y erbore, entre otras, han visto menguar el número de sus integrantes, que se resisten a perder sus señas de identidad y sus moradas tradicionales aunque todavía queda algún poblado disperso de chozas artesanales. La mejor forma de encontrar aglomeraciones de nativos es en los mercados ambulantes, que normalmente celebran con periodicidad semanal. Familias enteras suelen acudir a ellos ataviadas con sus mejores galas, deparando un espectáculo lleno de colorido y encanto.

En Etiopía hay una gran variedad de tribus y etnias

Fuera de esta zona de Etiopía, calificada como una de las más ricas étnicamente de África y del mundo por su variedad y apego a la tradición, hay que llegar a zonas muy recónditas para encontrar otras tribus fieles al pasado. Una de las más destacadas es la tribu de los himba, que habita la zona norte de Namibia casi en la frontera con Angola. Es complicado llegar hasta ellos y también se requiere un todoterreno y tienda de campaña. Las mujeres llevan apenas un taparrabos pero les gusta ir sobrecargadas de abalorios. La piel se la protegen del sol con un potingue que les proporciona el color rojizo característico. También han mantenido su idiosincrasia por lo aislado de su hábitat. Otras tribus han adoptado ya la indumentaria occidental y sólo recurren a la tradicional para espectáculos turísticos. Así sucede con grupos como los zulúes en Sudáfrica.

Las mujeres himba son famosas por el color rojizo que dan a su piel

Muy lejos de aquí, en la isla de Papúa Nueva Guinea, se localiza un pequeño territorio en el que todavía perviven tribus con su forma de vida ancestral. Es el valle de Baliem, donde residen los dani, un pueblo que permaneció oculto en estos parajes hasta hace menos de un siglo, ya que fueron descubiertos en 1938. Esta circunstancia explica que todavía muchos de sus miembros, especialmente los que habitan las tierras altas, sigan fieles a su rudimentaria vestimenta, más propia de la edad de piedra. Para llegar hasta allí hay que volar hasta Jayapura, la capital de la provincia indonesia de Papúa, y allí conectar con un pequeño avión hasta Wamena, la única aglomeración urbana de la zona. Desde allí, con un todoterreno primero, y luego haciendo trekking, se llega a las aldeas danis más apartadas, que se conservan prácticamente igual que hace cientos de años. También en el valle de Baliem sobreviven los yali, una etnia emparentada con los dani pero más escasa y aislada. Sus diferencias con los dani son muy reducidas.

Mujer dani, arriba, y yali, abajo. Ambas etnias se localizan en el valle de Baliem, en Papúa

En América sólo subsiste algún grupúsculo de indios que conserva sus tradiciones en lo más recóndito de la amplia región selvática del Amazonas y en la selva de Darién, en la zona panameña de Centroamérica. Tuve la oportunidad de llegar hasta un pequeño grupo residual de estos indios de Panamá, los chocoes, que visité hace unos 20 años, corriente arriba del río Chagres y a escasamente un par de horas de la capital del canal. No sé si siguen allí y si conservan su modo de vida ancestral pero todo apunta a que si subsisten es gracias a los ingresos que obtienen por la visita de los turistas.

India chocoe de la selva de Darién, en Panamá

Todas las imágenes de Manuel Dopazo