A lo largo de la historia evolutiva de nuestra especie, muchísimos virus consiguieron dar el salto desde los animales que normalmente infectaban hasta los seres humanos. Son virus zoonóticos como los virus de la gripe, de la rabia, del ébola, del zika, del chikungunya, del nipah, del west Nile, del SIDA y muchísimos más. Una [...]Leer más...

A lo largo de la historia evolutiva de nuestra especie, muchísimos virus consiguieron dar el salto desde los animales que normalmente infectaban hasta los seres humanos. Son virus zoonóticos como los virus de la gripe, de la rabia, del ébola, del zika, del chikungunya, del nipah, del west Nile, del SIDA y muchísimos más. Una vez que logran dar ese salto, los virus zoonóticos suelen asolar a la humanidad durante siglos en oleadas sucesivas.

Afortunadamente el desarrollo de las vacunas nos permitió controlar muchas de estas pandemias. En este sentido, el 9 de diciembre de 1979, justo 40 años antes del inicio de la Covid-19, conseguimos nuestro mayor logro: el mundo y todos sus habitantes se libraron de la viruela gracias a unas vacunas eficaces y a una adecuada estrategia de vacunación a nivel mundial.

Hoy en día existen muchas otras enfermedades, por ejemplo la poliomielitis, que están a punto de ser erradicadas y que ya solo aparecen en algunas de las regiones más deprimidas del mundo y entre los colectivos antivacunas.

A finales de 2019 el SARS-CoV-2 consiguió pasar a los humanos, probablemente desde un murciélago, generando una pandemia catastrófica que pronto se convirtió en la principal causa de muerte en numerosos países.

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Tras un esfuerzo colosal la ciencia consiguió desarrollar una serie de vacunas en un tiempo récord. Ahora la pregunta clave es: ¿Podremos derrotar al SARS-CoV-2 mediante un programa de vacunación adecuado, o aparecerán mutantes de escape a las vacunas que actualmente disponemos?

La cepa brasileña P.1 ¿la primera mutación resistente?

Es mucho más difícil que un organismo consiga escapar de la acción de las vacunas a que consiga ser resistente a un antibiótico o un fármaco.

Para escapar a una vacuna el patógeno tiene que mutar en multitud de lugares a la vez, pues las vacunas atacan a muchas zonas diferentes de su superficie. Por el contrario un fármaco, por ejemplo un anti retroviral o un antibiótico, actúa sobre una determinada diana molecular y con una sola mutación suele ser suficiente para conseguir la resistencia.

Pero no es imposible que un virus escape a las vacunas. Lo demuestra el hecho de que aún no conseguimos una vacuna contra el virus del SIDA, o que cada año tenemos que cambiar la vacuna contra la gripe y aun así seguimos lejos de conseguir un nivel de eficacia elevado.

En diciembre de 2020 una nueva cepa del SARS-CoV-2, la P.1, empezó a incrementar su frecuencia en la población de la región amazónica de Manaos (Brasil). Las fiestas navideñas ayudaron a que P.1 empezase a expandirse por el continente americano y consiguiese saltar el Atlántico llegando hasta Inglaterra.

Es una noticia pésima.

Y no solo porque la cepa P.1 sea más contagiosa que las demás cepas. Los datos de los que disponemos hasta ahora indican que esta cepa P.1 consigue en buena parte burlar a nuestro sistema inmune, hasta el punto de ser capaz de re-infectar a entre el 25 y el 60% de las personas que ya han padecido la enfermedad.

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Teniendo en cuenta que la protección inmunológica que se obtiene tras haber pasado la enfermedad suele ser mayor que la que proporciona la vacuna, a día de hoy la cepa P.1 es lo más parecido a una variante de escape a la vacuna que conocemos.

La diferencia entre hacerlo bien y hacerlo mal

Cansados de la pandemia nos negamos a reconocer que el coronavirus es un enemigo formidable que aún está muy lejos de ser vencido. Un enemigo que si seguimos haciendo las cosas tan mal todavía estará con nosotros muchos años.

Al principio de la pandemia solo unos cuantos países apostaron por una estrategia acertada. Eliminar al coronavirus cuanto antes, sin esperar a las vacunas. Por el contrario la mayoría de los países adoptaron la estrategia de contener al virus mientras esperaban a que hubiese vacunas que consiguiesen controlarlo.

En el primer grupo estuvieron países muy diferentes, desde la superpoblada, rica e innovadora Singapur, hasta países pobres como Vietnam, Camboya, Laos o Mongolia. Nueva Zelanda consiguió convertirse en un modelo de gestión acertada para el mundo. Australia incluso logró contener al coronavirus después de haber padecido un brote descontrolado en el estado de Victoria. También China, el país donde el virus dio el salto zoonótico de un animal a un ser humano empezando la pandemia, logró controlar la enfermedad.

Hoy en día las imágenes de las multitudes asistiendo totalmente seguros a eventos multitudinarios en estos países sin necesidad de mascarillas ni distancias de seguridad contrastan con lo que está ocurriendo en el resto del mundo, demostrando que el coronavirus es un enemigo que hubiésemos podido y hubiésemos debido vencer hace mucho tiempo.

Los países que apostaron por eliminar al coronavirus pusieron al frente a técnicos capaces y competentes con una brillante carrera profesional y de investigación a sus espaldas, y les hicieron caso.

Manejaron cifras reales de infectados y muertos.

Siguieron las recetas probadas de la lucha contra las epidemias: 1 caso por 100.000 habitantes es un riesgo extremo, 5 casos por 100.000 habitantes es una transmisión descontrolada.

Golpearon al virus rápido y duro, con todo lo que tenían a la vez. Test masivos a toda la población, miles de rastreadores, cuarentenas y aislamientos cortos pero extremadamente rigurosos, cierres breves pero totales y rigurosos del turismo, la hostelería y el ocio.

Consideraron que recuperar la salud estaba antes que la economía. Y su estrategia se demostró acertada incluso a nivel económico. Países como Singapur simplemente crecieron menos de lo previsto. Nueva Zelanda, con una dependencia elevada del turismo, fue el más afectado sufriendo una caída de su PIB cercana al 4%.

Por el contrario, los países que decidieron convivir con el virus, supuestamente para equilibrar economía y salud, se guiaron más por criterios políticos que sanitarios.

Golpearon al SARS-CoV-2 demasiado tarde y de forma blanda.

Amañaron datos.

Fijaron limites descabellados (como el de 50 casos por 100.000 habitantes para riesgo extremo).

No hicieron los suficientes test.

Ni contrataron a rastreadores.

Las cuarentenas y aislamientos fueron laxas y saltársela no tenía consecuencias.

El resultado es que sufrieron 3 olas de infecciones y se enfrentan al fantasma de una cuarta.

Al final su supuesta apuesta por compaginar economía y salud los llevó a una pérdida de PIB al menos 5 veces mayor que la de los países que decidieron eliminar cuanto antes al coronavirus.

¿Volveremos a hacerlo mal?

Ahora, cuando por fin disponemos de vacunas eficaces, un grave peligro se cierne sobre nosotros.

Estos países que siguieron unas estrategias tan inadecuadas en la lucha contra la Covid-19 ¿serán capaces ahora de seguir un programa de vacunación adecuado o volverán a hacerlo mal una vez más?

Dado que COVID-19 es una pandemia mundial, todo el mundo debería seguir una misma estrategia que minimizase el número de infectados y de muertos reduciendo al máximo la probabilidad de que un mutante de escape se disemine por el mundo.

Es por ello que alrededor de 180 países, con el apoyo de la Organización Mundial de la Salud, han firmado la iniciativa COVAX para negociar conjuntamente la compra y distribución de la vacuna contra el SARS-CoV-2 en un intento de maximizar la efectividad de la vacunación global.

A pesar de estos intentos de cooperación internacional existe el riesgo de que varios países se vean tentados a desertar de esta cooperación intentando acaparar vacunas.

En este sentido la ONU advierte de que se está produciendo una distribución «tremendamente desigual e injusta» de las vacunas, señalando que solo diez países han acaparado el 75 % de las dosis mientras más de 130 países aún no han recibido ninguna.

La OMS es pesimista sobre el futuro de la vacunación. Afirman que «el mundo está al borde de un catastrófico fracaso moral, y el precio de este fracaso se pagará con muchas vidas». Un enfoque de “yo primero” sería contraproducente porque “solo prolongará la pandemia, las restricciones necesarias para contenerla y el sufrimiento humano y económico”.

Estas preocupaciones son compartidas por importantes agentes económicos que creen que sin un control global de la COVID- 19, la recuperación económica se verá comprometida.

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¿Sabemos lo que hay que hacer?

Una serie de herramientas matemáticas y epidemiológicas permiten conocer cuál sería el reparto idóneo de vacunas entre los distintos países del mundo.

Una distribución que maximizaría el beneficio global porque minimizaría el número total de infectados y de muertos por Covid-19, al tiempo que reduce al mínimo la posibilidad de que una cepa mutante se escape a las vacunas y se extienda por el mundo originando una nueva ola de contagios entre los ya vacunados.

Para eso los distintos países deben cooperar. Pero las matemáticas nos advierten de que es muy probable que los países no cooperen.

Un país con posibilidades de decidir sobre el destino de las vacunas (bien porque las fabrique o bien porque tenga una gran capacidad de compra) tendrá la tentación de desertar de esta cooperación internacional incrementando su propio beneficio quedándose con más vacunas de las que le corresponde según ese reparto ideal y mundial.

Si se queda con un millón de vacunas más muchos de sus ciudadanos volverán a la normalidad más rápido. Pero ¿por qué no quedarse con otro millón de dosis, y otro, y otro más?

Y si un país lo hace ¿por qué no va a hacerlo otro, y otro, y otro más?

Finalmente, los países con menos influencia no tendrán las vacunas suficientes para seguir una estrategia de vacunación adecuada y se verán forzados a adoptar decisiones que pueden favorecer la selección de mutantes de escape a las vacunas. Por ejemplo, y lo estamos viendo, vacunar con una sola dosis, o vacunar lentamente en medio de olas de contagios muy elevadas.

Al final se llegará a una situación conocida en Teoría de Juegos como el equilibrio de Nash.

Este equilibro proporciona la mejor solución a nivel individual cuando todos los jugadores conocen las estrategias que siguen los otros, cada jugador conoce su mejor estrategia, y cada jugador ha adoptado su mejor estrategia.

En ese momento se llega al equilibrio pues cada jugador individual está ejecutando la mejor estrategia posible teniendo en cuenta los movimientos de los demás jugadores, y no puede ganar nada modificando su estrategia mientras los demás mantengan las suyas.

Lo malo es que en un equilibrio de Nash no se logra el mejor resultado conjunto para los participantes, sino solo el mejor resultado para cada uno de ellos a nivel individual. El resultado sería mejor para todos si los jugadores coordinaran su estrategia común.

Los riesgos de seguir haciéndolo mal

Mientras las vacunas contra la Covid-19 sigan siendo un bien escaso, la estrategia adecuada de vacunación global se enfrentará a grandes dificultades. No es fácil que un país rico envíe cantidades significativas de vacunas a países pobres, mientras aun quede mucha gente por vacunar en ese país.

En este sentido numerosa organizaciones advierten de que los países más ricos están acaparando más del 99% de las dosis de la vacuna.

Y una vez que ya es bien conocida la decisión de algunos países de desertar de la cooperación internacional para seguir una estrategia de «yo primero», la mejor estrategia individual para los países que puedan conseguir vacunas sería desertar también de esa cooperación.

Ningún país puede ganar nada modificando su estrategia mientras otros países mantengan las suyas. Desafortunadamente en este equilibrio de Nash no se logra minimizar el número de infectados y de muertos, ni se reduce la posibilidad de que se produzca un mutante de escape.

En los países que no consigan las suficientes vacunas se verán forzados a seguir estrategias de vacunación poco adecuadas que podrían terminar seleccionando a mutantes de escape que pongan en riesgo la eficacia de las actuales vacunas. Ante semejante perspectiva los países más desarrollados responderían desarrollando nuevas vacunas eficaces frente a estas variantes de escape.

La probabilidad de que ocurra esto debería hacernos reflexionar. La cepa P.1 es la prueba de que podría llegar a ocurrir.

Si no seguimos la estrategia de vacunación adecuada que minimice la probabilidad de aparición de nuevas variantes de escape del coronavirus podemos tirar por tierra el avance que hasta ahora hemos conseguido con las vacunas asegurando que el SARS-CoV-2 se quede entre nosotros durante décadas.