No todas las tardes puede un torero encontrarse con un lote de astados como el que lidió el pasado sábado Manzanares en Sevilla. Por eso, en ocasiones, se tiene que hablar de milagro, tarde para la historia, y un sinfín de calificativos que brillaron en las crónicas del día siguiente. Ayer tocó la parte descastada del pastel ganadero. Anda bajo mínimos el hierro de Jandilla. Sobre todo en Sevilla. Allí, a pesar de lo que suele gustar ese tipo de toro, no tiene "buen bajío".

Se salvó de la quema el más que potable primero de la tarde. Habría que preguntarle a Sebastián Castella por qué molió la alegría y el buen tranco que anunciaba el astado en banderillas en unas largos doblones al inicio del trasteo muleteril. Aún así, el animal respondió en una faena donde faltó cierta alegría. No anda el francés sobrado de estéticas abrumadoras, y el toro ya venido a menos mediado el trasteo dejó a Castella llegarle a las cercanías, que tanto le gustan. Fue ovacionado tanto a la muerte de este como del desclasadísimo cuarto, al que estrujó de manera casi inverosímil, pues nada parecía haber tras las embestidas descompuestas del animal. Echó mano de valor seco para robar derechazos de cierto buen aire.

Manzanares anda ahora en otro escalón. Junto con El Juli, se encuentra en el mejor momento de su carrera. Si hay toro, lo borda; si lo hay menos, casi se lo inventa. Y con las mismas armas del temple, la distancia y la buena colocación. Tiene la cabeza bien ordenada y el corazón al punto para latir.

Por eso sus faenas de ayer, de similar planteamiento, fueron un dechado de virtudes. Más clase lució su primer oponente, también más flojo. Lo fue afianzando con muletazos medidos, en línea recta, sin obligarlo a la ligazón desde el comienzo, dejando la muleta siempre en la cara con su caída natural para que el astado la cogiera franca. Y claro, templando hasta el final. Faltó quizá largura en los muletazos, mayoritariamente diestros, pero sobró empaque y cadencia. Llenó con torería los tiempos muertos y demostró la importancia de torear antes y después de dejar la cara del toro. Elegancia, personalidad, llámenlo como quieran. Y acabó metiendo al animal en el cesto de su toreo. El pinchazo previo a la estocada dejó en fuerte ovación el premio.

También trató de darle su distancia y su tiempo al quinto, que embestía con la cara algo cruzada, pero respondía bien cuando le ligaba los muletazos sin solución de continuidad. Lo hizo por ambos pitones, incluso dejando destellos de improvisación, como un molinete y un precioso trincherazo.

Fueron ambas faenas con argumento, y por ello el público esperó entre tanda y tanda expectante, sabiendo que podía haber un desenlace feliz a la trama planteada. Y Manzanares no falló, dotando al final de ambos trasteos del peso que había tramado desde el comienzo. A este quinto lo tumbó de una gran estocada, y aunque tardó en doblar, a sus manos fue a parar otra oreja más, quinta de esta feria. Todo un puñetazo encima de la mesa.

Talavante apenas pudo realizar nada de provecho con el tercero bis, que sustituyó a otro astado descoordinado del hierro titular. Fue tan deslucido que nada hubo que apuntar, salvo el error reiterado con los aceros. Al que cerraba plaza, que embestía a saltos, le expuso para robarle tal que cual natural templado. Fue ovacionado.