Siempre arropado y siempre querido entre el gremio de los artistas y del arte en general. Así recordaremos y así se recordará a Pau Lau, uno de los pintores e intelectuales alicantinos más célebres y consagrados, que nos dejó ayer a la edad de 75 años.

Pau Lau nació en Cismar, una aldea alemana en la costa del Báltico, donde se alimentó de la naturaleza y del paisaje, fuente de inspiración constante en su obra. A los 15 años, se trasladó a Hamburgo, donde se formó en la Escuela de Bellas Artes, introduciéndose en el ámbito del expresionismo.

Lau, que siempre citaba a Gauguin como uno de sus referentes, decidió un día cambiar la Polinesia por el sur de Europa. Y así nos lo recuerda un gran amigo suyo, el catedrático de Literatura de la Universidad de Alicante, Ángel Luis Prieto de Paula, quien nos cuenta: "Corría 1958 cuando ensilló su moto negra, sobre la que recorrió los muchos kilómetros que lo separaban de España. Una gota fría lo obligó a abandonar la impracticable carretera de la costa y a dirigirse hacia el interior. Finalmente se detuvo en Villena, donde se refugió en lo que ha llamado alguna vez "una reproducción doméstica del paraíso: un hotel familiar, un trato amable, un piano...". Una tierra en la que, como citaba habitualmente Pau Lau, "me enamoré, me quedé y me casé".

Asentado en España, a finales de los sesenta se integró en un grupo alicantino de vanguardia, Integració, en una línea de pintura informalista no-figurativa así como más tarde se pasó al fauvismo.

"Mis amores", dijo en cierta ocasión, "me condujeron a Granada, y casualmente encontré Montefrío. Durante diez años, allí pinté girasoles y olivos, campos de trigo y de garbanzos, y me bebí el sol y la luna, dibujé a mujeres bonitas y rostros de amigas y amigos, escuché a los grillos y conocí la plenitud".

La vida de Pau Lau sufrió a partir de entonces importantes vaivenes, fruto en buena parte de su impenitente bohemia. "Y a comienzos de los noventa se radicó en Torrevieja, dispuesto a renacerse otra vez, y más tarde lo hizo en San Juan, donde encontró el amor y la placidez", agrega el profesor Prieto de Paula.

"El año más decisivo fue 1996, en que expuse mis cuadros en "El Túnel" de Villena. Allí conocí a Asun (Belda), mi gran amor, mi compañera, musa y fiel colaboradora. Nos instalamos en San Juan de Alicante. Y gracias a ella pude superar las sucesivas zancadillas que la vida me fue poniendo. Entre ellas, un infarto y la posterior operación a corazón abierto", llegó a confesar el artista.

Unos males que, pese a todo, Pau Lau siempre superó por una sola razón: "Asun fue para mí la tabla de redención, o la Nausícaa que me recogió tras un naufragio vital. Y no es que, desde entonces, las cosas hayan sido fáciles. Al contrario: la vida me ha puesto algunas zancadillas, en forma de graves enfermedades. Entre ellas, la peor para un pintor: a comienzos del milenio, me sobrevino una degeneración ocular progresiva que, en un lustro, me dejó prácticamente ciego".

Desde aquel momento, Pau Lau tiró de memoria e imaginación para pintar algunos de sus más hermosos cuadros. Y, si tampoco tiró la toalla, fue por amigos como Rafa Hernández, quienes a través de sus consejos Pau Lau reemprendió el camino pictórico hasta ayer, día de su fallecimiento.

Para sus amigos, familiares y la gente que simplemente le estimaba o quería, la capilla del tanatorio de San Juan acoge hoy a las 10.00 horas un último acto en su memoria.