¿Qué hace un autor de Anagrama dirigiendo Alba Clásica?

Primero fue Alba, en 1995, y no me pasé a Anagrama hasta 2000. El bagaje de clásicos me sirvió para ser autor de Anagrama.

¿Editar clásicos es más barato y seguro?

Cuando empezamos Alba Clásica, en 1995, no había ninguna colección de clásicos aparte de las de orientación universitaria y me parecía condenar a los clásicos a la vitrina. Los clásicos son novedades de hace cien o doscientos años y en Alba tuvimos la idea de editarlos para ponerlos en las mesas de novedades de las librerías. En aquel momento era un gran riesgo. Y funcionó muy bien, lo cual no me extrañó porque no era tanto una iniciativa de editor como de lector.

¿Las traducciones envejecen o las buenas son para siempre?

Cada generación necesita su traducción; los criterios de traducción cambian con las épocas. Hubo una época en la que más que traducir se resumía, y ya no aceptamos que a las novelas les falten párrafos. Y el lenguaje: la traducción de un clásico tiene que ser lo más intemporal posible pero no causar extrañezas; debe poner al lector en la misma situación en la que estaría en su momento.

¿Cuáles le chocaron?

Las novelas de Dickens traducidas en los años 40: aparte de que están censuradas, su lenguaje suena a cartón piedra y no creo que sonasen así en su época. Las traducciones de hoy también sonarán a cartón piedra dentro de cincuenta años.

¿Es partidario de las notas a pie de página en las traducciones?

Sólo si son necesarias y evitan al lector acudir al diccionario o a Google.

Tradujo Sentido y sensibilidad como Juicio y sentimiento.

Sense and Sensibility [Jane Austen] ya se había traducido antes como Cordura y sensibilidad y como Juicio y sentimiento, que es por la que yo opté. La otra opción era Cabeza y corazón pero pensé que era pasarme. Luego tradujeron la película como Sentido y sensiblidad, un título incomprensible.

Los monederos falsos, de Gide, es ahora Los falsificadores de moneda.

No tenía sentido. Falsas son las monedas, no los hombres que las hacen ni los monederos para guardarlas. Era un poco tonto.

¿La metamorfosis o La transformación?

Las dos están bien. Algunos traductores prefieren La transformación. Alegan que en alemán hay la palabra metamorphose y sin embargo no es la que empleó Kafka.

Sostiene que cambiar el título a un libro es como si fuera otro, pero lo va a hacer con la nueva edición de Alba Clásica de la que llama La señora Bovary.

Con el tiempo, he perdido el miedo a todo. Hay que atreverse si no está bien.

¿Nos acostumbraremos a no llamarla Madame Bovary?

Yo, no, aviso. Sigo diciendo Los monederos falsos. Y a Madame Bovary la seguiré llamando Madame Bovary porque la tengo así en la cabeza.

"Un clásico es un libro que nunca termina lo que tenía que decir", según Italo Calvino.

Es una de las razones por las que un clásico está siempre vigente, pero tampoco es necesario que todos los clásicos sean grandes obras maestras de esas que nunca terminan de decir lo que tenían que decir. El diálogo entre lo que se publicaba antes y lo que se publica ahora es muy instructivo. Leer una de las primera novelas de Gide, Paludes, y luego leer a Vila-Matas... ¿Qué hace Vila-Matas que no haya hecho Gide en 1895? Cosas que ahora nos parecen muy modernas tienen antecedentes mucho más lejanos de lo que nos imaginamos. En La inquilina de Wildfell Hall, Anne Brontë da un tratamiento a la violencia doméstica en 1848 que ríete tú de lo que podamos hacer ahora. Para eso sirven los clásicos.

Dirige también una nueva colección de Alba, Rara Avis.

Se trata de rescatar rarezas editoriales e inéditos del siglo XX de autores que ya estén muertos. Está en la línea de Alba Clásica pero con autores y obras más desconocidos. Empezamos con Geishas rivales, un libro de 1917 de Kafu Nagai, un autor un poco bandarra y gran conocedor del mundo flotante, el mundo del placer. Tiene escenas muy, pero que muy verdes, junto a otras de gran ternura: muy japonés.

Su primer editor, Constantino Bértolo, dice que un editor que lee está condenado al fracaso...

Leo todos los libros de los que soy responsable. Todos. Sigue habiendo editores, aunque a veces se publican libros que parece que no los han leído ni el editor ni el traductor, ni el corrector; nadie. Me asusta el mundo de la edición sin editores. Pero no hay que ser pesimistas: salvo cuatro oportunistas, la mayoría de editoriales pequeñas tienen editores de verdad.