Es el centro de Torrevieja. Su mismo corazón. Se lo puedes preguntar a cualquiera. Siempre te van a mandar a la Plaza de la Constitución. A la Glorieta. La Vieja Dama de la ciudad. Vestida de palmeras y buganvillas, solo ella, con el Ayuntamiento, con la Iglesia, es centro geográfico y de poder.

Más que centro se diría, y se diría con toda propiedad, que es epicentro, como corresponde a tierra tan curtida en terremotos. Porque de ella, que es alma y latido de esta ciudad que creció más grande de lo que a lo mejor debía, irradia la vida que hacen los torrevejenses.

Nació la plaza cuando no había más que unas pocas casas agrupadas en la periferia de una Vieja Torre. Desde entonces, serena y comprensiva, contempla su historia, la grande y la pequeña. Porque por ella se mueven las gentes y las historias de vida de las gentes, espacio como es de encuentros y despedidas. Espacio de tradiciones y costumbres, imprescindible en las fiestas que le recuerdan todavía a Torrevieja que es un pueblo y que puede sentirse como tal, con orgullo.

Acogedora

Acogedora y maternal, La Glorieta se da toda en sus bancos, en su fresco de verano, en sus «solecicos» que hacen frente al frío. Remanso de prisas y ajetreos. Escenario de juegos infantiles después del colegio. De amores que se cogen de las manos, que se besan, que se pierden.

También de soledades que descansan sobre sus característicos azulejos, yema de huevo y negro, y se van con el mismo cansancio que llegaron. Atalaya para ver salir las procesiones, para celebrar las bodas, bautizos y comuniones. Para fotos familiares. Para despedir a los que mueren.

Asiste al paso del tiempo, a los cambios y a las prisas sin cambiar. Paradoja inexplicable de esta plaza que ya copiaba la pluma de Lorenzo Medrano, oficial del Real Cuerpo de Ingenieros, en 1810, cuando Torrevieja apenas contaba con 1.500 almas. Y que después del terrible terremoto de 1829, trazó en el mismo lugar la pluma de otro ingeniero, Larramendi, dándole aire al templo Parroquial de La Inmaculada, la otra vieja gloria de una ciudad que se hace nueva cada dos por tres.

Aunque pudiera parecer, el de Plaza de la Constitución, no es nombre nuevo. Ya se llamaba así en 1842, por la Carta Magna del año 1837. También en ese tiempo era reconocida como Plaza Mayor y como Glorieta, nombre que nunca ha abandonado pese a los avatares de la historia política. En 1931 fue Plaza de la República. En 1945, cómo no, Plaza del Generalísimo. Y con la «restauración democrática» en 1978, recuperó su denominación constitucional.

Su actual imagen, de modesta estética y aire popular, se remonta a los años 40 del pasado siglo, con el mandato de uno de los primeros alcaldes franquistas en la ciudad, Ramón Gallud. Y en un municipio donde la vorágine urbanística lo transformó todo de manera irreversible, ya es mérito que no cambiara ese aspecto de plaza de pueblo.

Reforma

Cuando el afamado promotor inmobiliario de «las viviendas del 1,2,3,» puso el dinero para realizar una remodelación de la Glorieta a mediados de los noventa -nadie sabe a cambio de qué-, se retiró la dura piedra que tenía antes como pavimento, pero se renovaron los manises con su peculiar naranja, se recuperó la fuente central y se descartó el casi obligado aparcamiento subterráneo. Y quedó casi igual que antes.

Aunque hasta los años setenta albergó la biblioteca municipal en el hueco que ocupaba una antigua fuente retirada- según alguno dice-, porque un niño se ahogó en ella. Que también guarda sus secretos esta plaza y alberga en su interior varias galerías subterráneas -parece que intactas-, que sirvieron de refugio en la Guerra Civil frente a los bombardeos de la aviación italiana.

A la ciudad cosmopolita y multicultural no interesa, de momento, reabrir y poner en valor. Pero esa misma Torrevieja cosmopolita y multicultural se sigue mostrando tal cual es, y cada Nochevieja torrevejenses de éste y otros acentos, de ésta y de otras tierras, encuentran en la Glorieta centenaria su espacio para vivir.