A la Orquesta Sinfónica de Alicante en su vigésimo aniversario

Soñé anoche con un velero audaz, atrevido, ligero.

No transportaba carga ni servidumbre alguna. Libre, como Eolo. Sutil, como Artemisa. Ingrávido, como Orfeo.

Tan solo una brisa alada se levantaba, acariciando los sentidos, desde su cubierta hacia el cielo.

Estaba construido de un material intangible, etéreo. De percusión era su quilla. De un entramado de delicadas cuerdas, su cubierta. De aire puro, sus envolventes velas.

Entre la proa y la popa, equidistante, se alzaba en el centro de su eslora un gran mástil, forjado a golpes de tiempo y emociones, a cuyo alrededor se engarzaba la estructura, a la vez que era sostén de todo su velamen.

Veinte años pasaron desde su botadura. Mas conservaba la energía, la elegancia y la ilusión del primer día. Acaso fuera porque su siempre joven tripulación ponía todo su ímpetu y empeño tanto en la bonanza de la mar, como en las múltiples tempestades que en su trayectoria tuvieron que atravesar. Acaso, porque las velas habían sabido sorprender al tiempo en su vuelo y, tras arrullarlo con su melodía, conseguían adormecerlo. Sí, amigas y amigos, a bordo del velero el tiempo no transitaba, no se aceleraba, sólo dormía un plácido sueño.

Allí, vi a mi amigo Joan Iborra elevarse poco a poco, crecer enormemente, despegar los pies del suelo, cabalgar en el aire montado en la batuta? y levitar, levitar entre nubes de notas y acordes, entre equilibrios que transmitían paz y sosiego.

Sí. Joan navega. Surca los mares en el velero «Sinfonía». A las desnudas olas viste de armonías. A la brisa marina, de susurros tibios. A la travesía entera, de paciente equilibrio.

Y alguna mañana, como la de hoy, el velero arriba al puerto alicantino. Al puerto que le vio nacer, a un puerto radiante de luz, blanco de gaviotas y ávido de conciertos.

¡Gracias Orquesta Sinfónica de Alicante,

gracias velero,

gracias por vuestro esfuerzo y vuestros desvelos!